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¿De dónde surgen los problemas con el dinero, el sexo, y el poder? En esencia, de un corazón que no está satisfecho en Dios.

“La escasez puede destruir el contentamiento en Dios al hacernos sentir que Él no tiene cuidado de nosotros o que no tiene el poder para darnos lo que creemos necesitar. Y la abundancia puede destruir nuestro contentamiento en Dios al hacernos sentir que Dios no es indispensable, o que su valor como ayudador y tesoro es muy inferior al que realmente tiene” (p. 51).

El dinero es peligroso, sí. La Escritura nos advierte una y otra vez acerca de él (Mt 6:19-21; 19:23; 13:22; 1 Tim. 6:5-10; Luc. 12:16-21; Heb. 13:5). Pero el dinero no es el problema; como vimos antes, el problema es nuestro corazón pecaminoso.

“Las riquezas nos ahogan; tienen un efecto sofocante y nos engañan, llevándonos a pensar que poseer cosas satisface más que la luz de la palabra de Dios” (p. 57).

Pero lo tóxico del amor al dinero no acaba ahí. Cuando permitimos que las riquezas nos engañen y sean las dueñas de nuestros corazones, también afectamos a nuestro prójimo. El amor al dinero nos ciega a las necesidades de otros; nos hace estar dispuestos a cualquier cosa con tal de conseguir lo que codiciamos y conservar lo que ya tenemos.

Cuando permitimos que las riquezas nos engañen y sean las dueñas de nuestros corazones, también afectamos a nuestro prójimo.

Los peligros del poder

Piper define el poder como “la capacidad de obtener lo que queremos, o la capacidad de perseguir aquello que valoramos” (p. 65). Puede lucir de muchas maneras: un atleta que consigue el oro olímpico, un actor que interpreta un papel importante, o un político que gobierna un pueblo.

El poder es un arma poderosa, pero solo será buena mientras lo que el poder persigue sea bueno. Podemos usar el poder para conseguir el bien de nuestro prójimo o para aplastarlo; para buscar la gloria de Dios o la nuestra.

Jesús nos enseña que el verdadero camino a la gloria es muy diferente al que el mundo nos enseña.

“Uno de los grandes aspectos de la gloria de Cristo es que pasó por el  valle de la humildad,  del  sufrimiento, del  sacrificio y de la vergüenza antes de subir a la montaña de la exaltación” (p. 71).

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