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La Biblia puede ser un texto intimidante. Está compuesta de 66 libros escritos hace miles de años, en culturas muy diferentes a la nuestra. Como si eso fuera poco, la Escritura contiene diversos géneros literarios —narrativa, poesía, profecía, y más— cada uno con sus propias reglas de interpretación.

Todo esto puede resultarnos abrumador. Podríamos caer en el error de pensar que no tenemos oportunidad alguna de entender lo que está escrito, así que ni siquiera lo intentamos. O podríamos enmascarar nuestra intimidación con una irresponsable ligereza al abordar la Palabra: “¡Tengo al Espíritu Santo, y eso me basta!”.

“No basta con decir simplemente: ‘Creo en la Biblia’. Una correcta interpretación de la Biblia es esencial” (loc. 1368-1369).

Por supuesto, los creyentes tenemos al Espíritu Santo, quien nos ilumina y nos guía a toda verdad. Pero no es lo único que tenemos. Nuestra fe no es ciega. Dios se ha revelado en la Palabra y nos ha dado una mente para entender su revelación.

“El cristianismo no tiene una élite intelectual sacerdotal. Dios ha hecho que su Palabra sea accesible a su pueblo para que ellos pudieran, mediante el poder de su Espíritu, creerla, obedecerla, y enseñarla a otros” (loc. 3565-3567).

Desafortunadamente, es común que los cristianos tratemos la Biblia con menos respeto de lo que tratamos otras obras literarias. Leemos un pasaje por aquí y otro por allá, mirando dentro de nosotros para encontrar su significado. “¿Qué quiere decir esto para mí?”, ignorando que quien determina el mensaje de la Biblia es Dios y no nosotros.

Sé diligente y dependiente de Dios

El pecado ha afectado cada área de nuestra humanidad. Incluso mientras somos diligentes y procuramos interpretar correctamente la Biblia (2 Timoteo 2:15), jamás debemos olvidar nuestra dependencia de Dios en el estudio de la misma.

Si bien hay que mostrar la debida diligencia en la lectura, el estudio, la investigación y la reflexión, en última instancia, el cristiano debe inclinarse ante el autor divino de las Escrituras para confesar su pecado y buscar ayuda sobrenatural” (loc. 2840-2842).

¡No nos desanimemos, Dios es el más interesado en darse a conocer! Él ha provisto todo lo que necesitamos para acercarnos a Él en libertad y con esperanza. En Cristo estamos completos, y podemos deleitarnos en la Palabra para conocerle cada día más.

“Cualquiera que sea la parte de la Biblia que usted elija para estudiar, es importante recordar que la persona y la obra salvadora de Jesucristo es el objetivo último de la revelación de Dios” (loc. 2901-2903).

El estudio bíblico no es un fin en sí mismo. No estudiamos por estudiar. No estudiamos para saber muchas cosas interesantes acerca de la Biblia. Estudiamos para contemplar a Dios y ser transformados. La Escritura nos muestra a Jesús, nuestro Salvador y Señor, quien rescata nuestras almas de la perdición y a quien nos sometemos con gozo y gratitud.

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