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Ya soy cristiano, ¿y ahora qué?

Muchos hemos tenido esa actitud en nuestro caminar cristiano. Abrazamos el mensaje del evangelio, pero después de poco tiempo lo soltamos, pensando que estamos listos para aprender y vivir cosas “más profundas” con Dios. Actuamos como si el mensaje del evangelio fuera solo la puerta a la vida cristiana, cuando en realidad es el centro de toda ella.

“El evangelio no es puramente un mensaje introductorio al cristianismo: es el mensaje del cristianismo, y el creyente hace bien en dedicar su vida buscando conocer su gloria y dándola a conocer a otros” (p. 3).

Nunca nos “graduamos” del evangelio. No hay conocimiento más importante ni profundo que las buenas nuevas de quien Jesús es y lo que Él ha hecho. Nada puede apasionarnos por Dios como conocer cada día más el glorioso evangelio de Jesucristo.

“La pasión genuina y que permanece nace del conocimiento de la verdad, y especialmente de la verdad del evangelio” (p. 5).

En el libro El poder y el mensaje del evangelio, Paul Washer nos ayuda a ver qué es lo que necesitamos hoy: “Es lo que hemos perdido y lo que debemos volver a obtener: una pasión por conocer el evangelio y una pasión igual por darlo a conocer” (p. 6).

Una de las razones por las que perdemos la centralidad del evangelio es que nos distraemos por los pequeños placeres que hay en este mundo, en lugar de mantener la mirada en la gloriosa salvación que nos ha sido dada en Jesucristo. Queremos saber cómo conseguir paz y prosperidad terrenal, olvidando que la paz y prosperidad eterna se encuentran solo en Cristo y no son de este mundo.

“Dios no puede dar regalo más grande y el creyente no puede tener esperanza o motivación más grande que la de la salvación final por medio del evangelio de Jesucristo” (p. 21).

Si piensas que el mensaje del evangelio es demasiado “básico” para ti, detente un momento y piensa de nuevo. Una vida entera de estudiar las Escrituras y meditar en ellas solo alcanzará para rascar la superficie del conocimiento de las glorias del evangelio. Cantaremos de sus maravillas por la eternidad.

Necesitamos estudiar, escuchar, y proclamar lo que Dios ha hecho en Cristo cada día de nuestra vida. Si aún estamos en esta tierra, esa es nuestra misión. ¡Y no hay más grande privilegio!

“Aunque seamos vasijas terrenales, frágiles y rotas, llevamos el más precioso tesoro que el cielo y la tierra han conocido” (p. 31).

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