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En las semanas pasadas hemos estado aprendiendo cómo todo creyente es llamado a ser un ministro de misericordia. Extendemos misericordia a nuestro prójimo porque nosotros hemos recibido misericordia primero. Dios se entregó a nuestro favor, despojándose de todo, para que en Él encontremos el socorro que necesitamos.

Es tiempo de ser prácticos. ¿Cómo luce un ministro de misericordia en la vida real? En la segunda parte de su libro, Tim Keller nos enseña que existen cuatro canales principales a través de los cuales podemos extender ayuda al prójimo: la familia, la iglesia local, las asociaciones voluntarias, y el estado. Esta semana estudiamos las primeras dos.

“Para llegar a ser ministros de misericordia, debemos cambiar nuestra forma de ver el mundo. ¿Realmente te detienes, observas y escuchas en medio de tu iglesia y comunidad? Si lo haces, te darás cuenta de que existen una infinidad de necesidades” (p. 95).

La familia

Cuando pensamos en servir al necesitado, inmediatamente vienen a nuestra mente las actividades en la iglesia o algún servicio de voluntariado. A muchos de nosotros se nos escapa la sencilla idea de que nuestra propia casa puede ser un lugar clave para que nuestro prójimo encuentre la misericordia que tanto necesita.

¿Están tus puertas abiertas? ¿O prefieres “cumplir” con tu servicio al pobre sin poner en juego la comodidad de tu hogar? La Escritura nos llama una y otra vez a la hospitalidad (1 Pe. 4:8-9; Ro. 12:13). A través de una puerta abierta y una mesa servida con sencillez, Dios puede hacer que su evangelio brille y muchos sean alcanzados.

“Nuestra misericordia solo será amor cuando nuestros esfuerzos sean una respuesta a un deseo de obedecer a Dios y de ayudar a la persona. […] Un verdadero ministro se arriesga a todo —a la incomodidad social, a una reprensión severa, a hacer el ridículo— con tal de responder en amor” (pp. 98-99).

La iglesia local

El segundo canal de misericordia, la iglesia local, es muy especial. Aquí se combinan los dones de los santos para suplir las necesidades de los mismos miembros de la iglesia y la comunidad que la rodea.

Pero no podemos esperar que el simple hecho de empezar un programa motive a las personas a extender sus manos y ofrecer sus recursos a favor del pobre. La raíz del ministerio de misericordia debe ser un profundo entendimiento del evangelio de Jesús. El trabajo del liderazgo es clave. Desde el púlpito debe exponerse continuamente la gran misericordia que Dios ha tenido con nosotros. La Palabra será la que transforme nuestros corazones y nos mueva a obrar en amor.

“La misericordia es un mandato de Dios, pero no puede ser simplemente una respuesta a una demanda. Debe surgir de corazones que, gracias a un entendimiento y a una experiencia de la misericordia de Dios, son compasivos” (pp. 102-103).

Como escribe Keller: “Por medio de nosotros, Jesús sigue sumergiéndose en las necesidades del mundo” (p. 141). Nuestro Salvador sigue mostrando su gran misericordia para con los pecadores, usando a su Iglesia en cada rincón del mundo.

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