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Nuestro mundo está lleno de voces, hoy más que nunca. Gracias al Internet tenemos a nuestra disposición una inagotable cantidad de contenido en audio y video. Millones de puntos de vista, experiencias, y opiniones, todas compitiendo por alcanzar un lugar en nuestros oídos y nuestras mentes.

En medio de todo este mar de palabras, estamos los líderes cristianos; nosotros que tenemos el mensaje más importante del mundo: Jesús salva pecadores. ¡Nuestra vida entera se trata de que esta verdad llegue a los confines de la tierra! Si queremos ser efectivos en el liderazgo, necesitamos conocer y amar este mensaje, para poder así transmitirlo con fidelidad a los que nos escuchan.

“Si no sabes lo que quieres y necesitas decir, no hables. […] Todo discurso efectivo y valioso comienza con un orador que desea transmitir un mensaje, y el orador, sobre todo, debe conocer cuál es ese mensaje” (p. 123).

Líder, eres un mayordomo

Si estás en un puesto de influencia y mucha gente sigue tu voz, es fácil perder de vista algo esencial: Dios es dueño y Señor, tú no. Todo lo que tenemos, incluyendo aquello que hemos trabajado duro por alcanzar, es a fin de cuentas de Dios. Nosotros somos simplemente siervos. Rendiremos cuentas delante de Él por el uso que hacemos de lo que es suyo.

“El concepto bíblico de un mayordomo es simple. Un mayordomo es alguien que maneja y conduce lo que no le pertenece, y lo conduce sabiendo que tendrá que rendir cuentas al Señor, como dueño y gobernador de todo” (p. 129).

La responsabilidad del liderazgo es grande, y a veces podemos sentir que el mundo entero está sobre nuestros hombros. Con todo, los líderes de convicciones podemos descansar en la verdad de que, aunque somos responsables, Dios es soberano y Él cuida de sus hijos. Podemos trabajar con diligencia y descansar con tranquilidad cada día de nuestra vida.

La virtud en el liderazgo

No es difícil encontrar historias de corrupción y falta de integridad. Cada día nos encontramos con algún político o celebridad que fue acusado de un crimen o descubierto en una mentira. Y como escribe Mohler, “tristemente, la misma historia de liderazgo sin virtud ha significado el colapso de muchos ministerios e iglesias cristianas” (p. 144).

Ninguno de nosotros está exento de caer, y sabemos que la gracia de Dios es suficiente para lavar cualquier pecado. Sin embargo, no podemos ignorar la realidad de la responsabilidad de un líder. Cuando alguien de influencia falla, no solo él o ella es afectado; la institución o el movimiento entero que representa, así como aquellos que lo siguen, son lastimados por su falta de virtud. ¡Eso debería hacernos temblar en humildad y reverencia!

“Los líderes están sujetos a las mismas leyes, a los mismos principios morales y a las mismas expectativas que el resto de la humanidad, pero los riesgos morales son mucho mayores para ellos” (p. 144-145).

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