¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×
¡Únete a Coalición Lee!

Culpar a otros por nuestro pecado es lo más fácil del mundo. Todos lo hacemos, todos los días. Desde los niños pequeños (“¡Él me empujó primero!”) hasta los adultos (“¡No tuviera que hablarte así si me pusieras atención!”).

Pero, como Paul Tripp nos recuerda en Instrumentos en las manos del Redentor, la Escritura nos enseña claramente que el problema de nuestro pecado no está en nuestras circunstancias. El asunto no está en las personas que nos rodean, incluso si nos han maltratado. El problema está en nuestro corazón (Stg. 4:1-10). Por eso, cuando queremos ser agentes de transformación, siempre debemos apuntar al corazón.

“Cualquier intento de examinar las causas de los conflictos debe comenzar con el corazón” (loc. 3968-3970).

Tratar con el ser interior no es nada fácil. Ofrecer dos o tres consejos prácticos para comportarnos mejor es mucho más sencillo. Pero eso no dura. Si queremos ser verdaderamente transformados, debemos ser cambiados desde adentro. Nuestros ídolos deben ser derribados; los afectos de nuestro corazón deben ser renovados.

Afortunadamente, el más interesado en ver ese cambio en nosotros y en los demás es el Señor. El que comenzó la obra en nosotros se asegurará de que sea terminada (Fil. 1:6). Podemos descansar en esta verdad y trabajar duro sabiendo que el resultado no depende de nosotros.

“Alabado sea Dios porque no se conformará con nada menos que la victoria final en nuestros corazones” (loc. 4319-4320).

Aconsejar es amar

Cuando aconsejamos a otros, nuestro objetivo principal es llevarlos delante de su Redentor. Debemos ayudarles a ver cómo su pecado es solo un reflejo de que están buscando su propia gloria, gloria que le pertenece a Dios.

“El ministerio personal no es solo confrontar a las personas con principios, teología, o soluciones. Es confrontar a las personas con el Dios que está activo y glorioso en Su gracia y verdad, y que tiene el derecho legítimo sobre nuestras vidas” (loc. 4953-4959).

Esto no es cómodo. Requerirá invertir en las vidas de las personas, amarlas y escucharlas. Tendremos que hacer preguntas personales, cuya respuesta muchas veces preferiríamos no saber. Tendremos que invertir nuestro tiempo, energía, y recursos. Lo más fácil sería simplemente darle a tu hermano una palmada en la espalda y evitar ensuciarte las manos con un “estaré orando por ti”… ¿pero es eso lo que el Señor hizo por nosotros?

“Queremos un ministerio que no exija un amor que sea así; es decir… ¡tan exigente! No queremos servir a los demás de una manera que requiere tanto sacrificio personal” (loc. 5815-5820).

El ministerio al que Dios nos llama se resume en amar. Amar como hemos sido amados.

Mira a tu alrededor. El Señor ha puesto en tu camino decenas de personas que necesitan ser escuchadas y recordadas de todo lo que tenemos en Cristo Jesús. No desperdicies tu tiempo pensando en tu propia comodidad. Si estás aquí, estás aquí con una misión. Eres un embajador del Rey. Vive para Él y para ver Su reino establecido en los corazones de cada vez más personas.

En este mundo no hay escasez de necesidades. Nuestro problema es que perdemos las oportunidades que Dios pone en nuestro camino (loc. 6152-6153).

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando