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En las semanas anteriores, leyendo Fuertes y débiles de Andy Crouch, hemos aprendido que “el florecimiento procede de ser fuertes y a la vez débiles” (loc. 148-149). La autoridad y vulnerabilidad pueden coexistir en la misma persona, y Jesús es nuestro mejor ejemplo. Al seguirle encontraremos la vida abundante a la que estamos llamados.

Pero, lejos de buscar ser fuertes y débiles a la vez, la tentación para nosotros es la misma que nuestros padres experimentaron en Génesis 3: queremos la autoridad sin vulnerabilidad. Y nuestra hambre de poder, nuestro deseo de habitar el cuadrante IV, resulta siempre en el sufrimiento nuestro prójimo.

“La búsqueda de una autoridad sin vulnerabilidad siempre será a costa de que otros vivan en una vulnerabilidad sin autoridad” (loc. 1387).

Nuestro pecado aplasta a los demás. Y, de paso, nos destruye también. Por más fuertes que nuestros ídolos nos hagan sentir al principio, al final acabarán con nosotros. La bebida que te hacía sentir poderoso e imparable terminará robándote tus capacidades más básicas para razonar y actuar.

“El ídolo que comienza prometiendo una autoridad sin vulnerabilidad, inexorablemente acaba produciendo una vulnerabilidad sin autoridad” (loc. 1416).

Pero las cosas no quedarán así. El daño será reparado. Dios mira la injusticia y al final pondrá todo en su lugar. El tirano no se saldrá con la suya. La autoridad despótica del que explota a los vulnerables será arrebatada para siempre. Los débiles serán restaurados, y los que privaron a otros de su fortaleza serán expuestos como lo que realmente son: simples humanos delante de un Dios soberano.

“La justicia de Dios abolirá la autoridad de quienes han comprado su poder a expensas del florecimiento de otros” (loc. 1422).

El verdadero camino

“De la seguridad al florecimiento: esa es la dirección que siempre debimos haber seguido” (loc. 1453).

Solo Jesús puede hacernos regresar al camino correcto. En Él podemos dirigirnos hacia el florecimiento, como siempre debimos haberlo hecho. Él no es solo nuestro ejemplo de perfecta autoridad y vulnerabilidad; Él mismo, por su sacrificio en la cruz, hace posible nuestra lucha contra la explotación, la evasión, y el sufrimiento. En Jesús podemos recuperar la autoridad que nos ha sido dada por llevar la imagen de Dios y abrazar la vulnerabilidad para servir a los demás arriesgándolo todo en amor.

“La transformación verdadera del mundo, y de nosotros mismos, solo sucederá a medida que seamos conformados a la imagen de Jesucristo” (loc. 1488).

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