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Reina el traductor

Casiodoro de Reina nació en Montemolín, España, cerca de 1520,1 y fue uno de los doce monjes de San Isidoro del Campo que huyeron de Sevilla durante la Inquisición del siglo XVI. Reina era versado en escritos reformistas de Lutero, Calvino, Melanchton, Zuinglio, y Bucero, a través de la osadía de un hombre llamado Julianillo, quien había introducido clandestinamente a Sevilla libros prohibidos por la Iglesia católica, provocando así “la gran conspiración luterana de Castilla la Vieja y Andalucía”.2

Cuando Reina salió de su país para nunca volver más, su primera parada fue en Ginebra en 1557, donde encontró refugio, conoció a Juan Calvino, y pastoreó junto a Juan Pérez de Pineda una iglesia hispana. Durante su exilio, Reina comenzó la obra que lo hizo popular en el mundo hispano: la traducción de la Biblia al castellano, conocida como la Biblia del Oso, por su particular portada. Este arduo trabajo le costaría once años hasta su publicación el 28 de septiembre de 1569. De esta traducción, el historiador católico Menéndez Pelayo asevera que Reina es “el escritor a quien debió nuestro idioma igual servicio que el italiano a Diodati”.3 La traducción de la Biblia de Reina, editada luego por Valera en 1602, continúa siendo la más leída en el mundo protestante hispano.

Reina: pastor y teólogo calvinista

La faceta de Reina que se ha ignorado en la iglesia hispana es que, más que un mero traductor de la Biblia, Reina era un pastor, quien hizo una tremenda labor para promulgar la Reforma con los españoles exiliados. Sus esfuerzos reformistas lo llevaron de Ginebra a pastorear una iglesia en Londres, Inglaterra, donde fue acusado falsamente con el cargo de sodomía por sus muchos opositores.4 Reina se vio obligado a huir de nuevo a Amberes, Bélgica, donde encontró refugio por un tiempo, para luego regresar al oficio pastoral, pero esta vez en Fráncfort, Alemania, donde pasaría sus últimos años, y moriría el 15 de marzo de 1594.5

Además de ser pastor, Reina era un erudito en los idiomas originales, y es por eso que su traducción es tan atinada y con una prosa magistral y sublime. Su erudición le llevó a realizar varios comentarios de la Biblia, incluyendo uno sobre el Evangelio de Juan y otro sobre el capítulo cuatro de Mateo. Ayudó también a escribir la Confesión de fe cristiana, conocida también como Confesión de fe española, que sirvió como fundamento para la iglesia que pastoreó en Inglaterra. Esta última obra la dedicó a “ciertos fieles españoles, los cuales, huyendo de los abusos de la Iglesia romana y la crueldad de la Inquisición de España, dejaron su patria, para ser recibidos de la Iglesia de los fieles, por hermanos en Cristo”.6

Uno de los descubrimientos al estudiar la vida de Reina es su énfasis en la doctrina reformada, alineada con Juan Calvino y Beza, sus principales influencias teológicas.

En su Confesión de fe cristiana, Reina escribe lo siguiente sobre la inhabilidad del hombre en su pecado (depravación total):

“Por esta confesión renunciamos a toda doctrina de hombres que… nieguen la corrupción de la humana naturaleza por la razón dicha, o que a lo menos enseñen no ser tanta que no le queden al hombre fuerzas y facultad de libre arbitrio con que poder de sí mismo, o ser mejor, o disponerse para serlo delante de Dios; mayormente habiéndonos el Señor enseñado que es necesario nacer de nuevo”.7

En su comentario al Evangelio de Juan, Reina escribe lo siguiente sobre por quiénes murió Cristo (expiación limitada), utilizando un fuerte lenguaje para los que se oponen:

“Para que nunca el hombre necio entienda como recibida en atención a sí mismo o a sus fuerzas o mérito y dignidad lo mismo la propia fe por la que cree en Cristo que aquellos bienes de la redención, de la justificación, de la regeneración en la vida inmortal y bienaventurada, es necesario que conozca que todo aquello le ha sucedido por mera gracia y benigna munificencia del Padre celestial, que desde la eternidad en Cristo su Hijo únicamente amado nos amó de tal forma, que por nosotros envió a la muerte a su mismo Hijo Unigénito para que nosotros (pero no todos indiscriminadamente, como algunos estúpidos están de ello persuadidos, sino solamente aquellos que están unidos con él mediante la fe verdadera y viva en él) fuésemos librados de la muerte eterna y del juicio de condenación debido por nuestros pecados”.8

También en su comentario a Juan, Reina establece sobre Juan 6:44, que dice: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”, su posición en cuanto a la predestinación y el llamado eficaz de Dios (elección incondicional y gracia irresistible):

“Así pues, por lo que atañe al sentido de la frase, en cuanto que es hombre y administrador de la salvación humana, Cristo se consuela a sí mismo en medio de tan gran esterilidad de fe y frutos de su ministerio y trabajo, trayendo a la mente la providencia del Padre celestial en una predestinación cierta de los elegidos, seguro de que por mucho que aquellos refractarios con suma ingratitud no estimen en nada la palabra de aquel, aquellos a quienes el Padre preordenó para aquella felicidad de su conocimiento no se han de quedar de ninguna manera sin recibirlo como elegidos, atraídos por él mismo”.9

Además añade sobre la obra sobrenatural del Espíritu Santo en la salvación: “Aquellos que desde su condición de impíos, profanos y carnales se han hecho piadosos, santos e incorruptos, han sufrido una cierta metamorfosis”.10

En cuanto a la doble predestinación, Reina comenta:

“No nos admiremos, pues, si ante la voz del evangelio, que por una parte tritura las piedras y las rocas, vemos que muchísimos, más duros que cualquier diamante, resisten en su dureza; más aún, que desde el mismo aceite saludable del evangelio se vuelven cada día más duros y obstinados. Estos están excluidos de las plegarias de Cristo, destinados a la ira e indignación de Dios por su dureza y obstinación”.11

De la seguridad de salvación (perseverancia de los santos), escribe:

“Condenamos la doctrina de los que enseñen que siempre el cristiano ha de estar dudoso de la remisión de sus pecados y de haber alcanzado justificación, por ser doctrina derechamente contra la doctrina del verdadero evangelio”.12

Estos extractos de los escritos de Reina demuestran su teología reformada, alineada con los otros grandes reformadores. Aunque Reina tuvo diferencias con Calvino a causa de la condenación a la hoguera a su compatriota español Servet, quien negaba la doctrina de la Trinidad, Reina era considerado un hombre pacífico que “se sentía cómodo en el mundo calvinista y luterano, sin necesidad de rechazar uno o el otro”.13 En Casiodoro de Reina encontramos un hombre desapercibido por la historia, pero grandemente usado por Dios, y quien sufrió durante décadas por sus posturas reformistas. Quiera Dios levantar hombres cuya meta en la vida, como describió Reina la suya propia, sea “la propagación de Su conocimiento y el consuelo de Su iglesia”.14


[1] Raymond S. Rosales, Casiodoro de Reina: Patriarca del protestantismo hispano. Editorial Concordia, 2002. P 68.

[2] Macelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol. II, Cuarta ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1987, 57.

[3] A. Gordon Kinder, Casiodoro de Reina: Spanish Reformer of the Sixteenth Century, 91. Diodati tradujo la Biblia al italiano en 1603, influenciando con ella el idioma italiano.

[4] Ibíd., 119.

[5] Ibíd., 80.

[6] Casiodoro de Reina, Confesión de Fe Cristiana. Exeter Hispanic Texts, ed. A. Gordon Kinder. University of Manchester, 1988, 3.

[7] Ibíd., 12.

[8] Casiodoro de Reina, Comentario al Evangelio de Juan. Obras de los Reformadores del Siglo XVI. Madrid: Eduforma, 2009, 147.

[9] Ibíd., 194.

[10] Ibíd., 144.

[11] Ibíd., 312.

[12] Ibíd., 22.

[13] A. Gordon Kinder, Casiodoro de Reina: Spanish Reformer of the Sixteenth Century, 82.

[14] Carta de Reina a Diego López, citada en Kinder, Casiodoro de Reina: Spanish Reformer of the Sixteenth Century.

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