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Si la palabra calvinismo significa algo para ti, entonces con toda probabilidad el acrónimo TULIP (Tulipán, siglas en inglés) ha sido plantado en tu vocabulario teológico. Te has familiarizado (o tal vez ya eres experto) con la depravación total, la elección incondicional, la expiación limitada, la gracia irresistible y la perseverancia de los santos.

Sin embargo, el origen de este TULIP sigue siendo desconocido para muchos de nosotros. Podemos apreciar la flor como un tulipán en un jarrón, sin saber de dónde vino ni su posición en el jardín más grande de la teología reformada. De hecho, el hecho de llamar a los denominados cinco puntos del calvinismo «TULIP» muestra cierta distancia de su origen, dado que el acrónimo apareció hace poco más de un siglo.

Sin embargo, las verdades contenidas en TULIP datan de hace mucho más de un siglo. Aquellos que articularon primero estas verdades, argumentaron que son tan antiguas como la eternidad. Pero estos puntos encontraron su más clara expresión doctrinal hace cuatrocientos años, cuando representantes de toda Europa se reunieron en una ciudad holandesa llamada Dordrecht (o Dort). La historia comienza unos años antes con el ascenso de un hombre llamado Arminio.

Surge Arminio

Cuando Jacobo Arminio (1560-1609) comenzó su ministerio como pastor en los Países Bajos, pequeñas olas de controversia ya se estaban formando cerca de la orilla de la iglesia holandesa. Un puñado de hombres, tanto ministros como laicos, habían comenzado a expresar disensión sobre la predestinación, la doctrina de que Dios escogió desde antes de la fundación del mundo a quién iba a salvar.

En ese momento, Arminio encarnaba lo que muchos hoy llamarían calvinismo, habiendo estudiado bajo Teodoro de Beza, el sucesor de Calvino en Ginebra. Sin embargo, cuando se le pidió a Arminio que defendiera la doctrina de la predestinación de Beza en contra de las objeciones de un tal Dirck Volckertszoon Coornhert, el joven ministro calvinista encontró, tras estudiar y reflexionar, que no podía. Poco a poco, el pilar de la predestinación comenzó a desmoronarse bajo Arminio.

Cristo tenía en mente a pecadores específicos mientras colgaba de la cruz: sus ovejas, sus amigos, su iglesia, su esposa

Los calvinistas deben tener cuidado en pintar a Arminio con los colores más oscuros disponibles. Louis Praamsma afirma que fue «un pastor fiel, un hombre de habilidades académicas inusuales, un hombre de paz y sensibilidad que contra su voluntad siempre estuvo en guerra, un hombre ansioso por servir a Dios» (Crisis in the Reformed Churches, 45). Arminio no lanzó ninguna cruzada teológica contra la iglesia holandesa; no levantó ninguna bandera para el movimiento que más tarde llevaría su nombre.

Sin embargo, tampoco guardó sus dudas para sí mismo. Una serie de sermones sobre Romanos levantó algunas cejas reformadas. Más tarde, después de ser nombrado profesor en la Universidad de Leiden, su colega Francisco Gomarus estimó la teología de Arminio lo suficientemente torcida como para oponerse con vigor a ella. Los dos profesores se enfrentaron durante varios años hasta que, en 1609, Jacobo Arminio murió.

Sin embargo, sus ideas no lo hicieron. En poco tiempo, las olas que se elevaban contra la orilla de la iglesia holandesa comenzaron a estrellarse contra ella.

«¡Detengan al agitador arminiano!»

En 1610, el año después de la muerte de Arminio, unos cuarenta pastores simpatizantes de su teología redactaron un documento llamado Remonstrance (una protesta o declaración de oposición). Los remonstrantes (como llegaron a ser llamados) presentaron en ese documento cinco puntos (Crisis, 243-245):

  1. Dios elige a aquellos que «por la gracia del Espíritu Santo creerán en este su Hijo Jesucristo». (Más tarde aclararían que esta elección se basa en una fe que Dios anticipa que habría en el hombre).
  2. «Jesucristo, el Salvador del mundo, murió por todos los hombres y por cada hombre», en lugar de solo morir por los elegidos.
  3. «El hombre no tiene fe salvadora en sí mismo ni por el poder de su propio libre albedrío». (Este punto suena muy parecido a la depravación total, pero pronto surgirán diferencias con respecto a la perspectiva reformada).
  4. La gracia de Dios es una «gracia preventiva o de ayuda, que nos despierta, que es consecuente y cooperadora», pero no es irresistible.
  5. Los creyentes tienen «fortaleza abundante» para perseverar en la fe, pero no está claro «si pueden apartarse por negligencia». (Pronto dirían que los creyentes pueden apartarse).

Un debate serio pronto comenzó. De 1611 a 1618, la grieta se ensanchó y surgieron los desacuerdos. Los llamados a la paz no fueron atendidos. Arminio dio paso lentamente al arminianismo, un movimiento que, según Gerald Bray, «amenazó con desgarrar el tejido de la República Holandesa» (God Has Spoken, 893).

Cuatrocientos años después, se nos puede hacer difícil comprender cómo una controversia teológica podría cambiar una nación de manera tan drástica. Puede sorprendernos escuchar que Simón Episcopio, líder de los remonstrantes, fue expulsado de Amsterdam por un herrero que empuñaba un hierro caliente y gritaba: «¡Detengan al agitador arminiano de la Iglesia!» (Crisis, 61). También que, en el calor del combate teológico, el profesor Gomarus podía proponer realmente un duelo para resolver un problema (Grace Defined and Defended, 59).

Un gran golfo nos separa de los cristianos holandeses del siglo XVII. Esa fue una época en la que los ánimos teológicos estaban alborotados, donde la doctrina invadió la vida diaria, donde mucha gente normal sentía con todo su ser que lo que pensamos de Dios lo cambia todo. Peter De Jong escribe: «No podían continuar en el hogar, en la sociedad y en el estado… a menos que en sus corazones se resolvieran estos asuntos» (Crisis, 12). Finalmente, en 1618, la Iglesia Reformada Holandesa recibió el permiso del gobierno para convocar una asamblea eclesiástica con el fin de resolver el problema arminiano.

Una flor florece en Holanda

El 13 de noviembre de 1618, más de ochenta delegados de todos los Países Bajos, así como de Gran Bretaña, Suiza y Alemania, se reunieron en la ciudad de Dort para un sínodo que duraría hasta el 29 de mayo de 1619. «Fue sin duda una asamblea imponente», escribe el historiador Philip Schaff. «Y, debido al aprendizaje y la piedad, fue tan respetable como cualquiera que haya acontecido desde los días de los apóstoles». Uno de los delegados suizos opinó que: «Si alguna vez el Espíritu Santo estuvo presente en un concilio, estuvo presente en Dort» (Crisis, 36).

Un mes después del sínodo, los remonstrantes presentaron una versión actualizada y ampliada de sus cinco puntos. Sin embargo, como escribe De Jong: «En las sesiones de apertura había quedado claro que no se haría una declaración franca y completa de sus opiniones» (p. 36). Arminio y los remonstrantes eran conocidos por usar un lenguaje vago y ambiguo. Podían hablar de elección, expiación, depravación, gracia y perseverancia, pero a menudo parecían usar un diccionario diferente.

A los ojos de los convocados, la conducta de los remonstrantes equivalía a una serie de evasiones. Así que a mediados de enero, Johannes Bogerman, el presidente del sínodo, pronunció un fuerte rechazo:

«Han sido tratados con toda gentileza, amabilidad, tolerancia, paciencia y sencillez. Váyanse como vinieron. Empezaron con mentiras y terminaron con ellas. Están llenos de fraude y engaño» (59).

El sínodo trató a los remonstrantes a partir de sus propios escritos, concluyendo que sus argumentos no podían ser armonizados con las Escrituras. Durante los siguientes cuatro meses, los delegados respondieron a los cinco puntos de los remonstrantes con cinco puntos propios llamados los Cánones de Dort o TULIP, como lo conocemos hoy. Una flor floreció en Holanda en la primavera de 1619.

Los cánones de Dort

Como en el caso de tantas otras declaraciones doctrinales preciosas, los cánones de Dort fueron forjados en el horno de la controversia. Pero aun si los cinco puntos de los remonstrantes proporcionaron la ocasión para los cánones de Dort, la relevancia de los cánones se extiende mucho más allá de la refutación. Consideremos una parte de un juramento que los delegados hicieron al comienzo del sínodo:

«Durante todas estas discusiones, mi única meta será la gloria de Dios, la paz de la Iglesia y, en especial, la preservación de la pureza de la doctrina. ¡Así que ayúdame, mi Salvador Jesucristo! ¡Le ruego que me ayude por su Espíritu Santo!» (79)

La pureza de doctrina, la paz de la iglesia y la gloria de Dios: si apareció refutación alguna en la visión periférica de los delegados, estas tres prioridades ocuparon el centro.

La pureza de doctrina

Aunque los puntos de los remonstrantes estaban vestidos de lenguaje ortodoxo, los miembros del sínodo percibieron algo inquietante escondido en ellos. Temían que la doctrina arminiana «invocaría del infierno el error pelagiano», esa herejía del siglo V que negaba la dependencia absoluta de la humanidad caída de la gracia de Dios («Rejection of Errors», II.3). Frente a esa amenaza, Fred Klooster escribe: «El sínodo buscaba mantener y defender la doctrina bíblica de la gracia libre y soberana de Dios en la salvación del hombre» (Crisis, 75). Argumentando en el orden de U-L-T-I-P en lugar de T-U-L-I-P, aclararon las doctrinas bíblicas de elección, expiación, depravación, gracia (o llamamiento) y perseverancia.

Dejada a nosotros mismos, la perseverancia en la fe es imposible; dejada a Dios, es incuestionable

En primer lugar, hablaron de la elección como incondicional. Cuando Dios eligió a algunos pecadores para salvación, no lo hizo «sobre la base de una fe que Él anticipara… como si se basara en una causa o condición previa en la persona a escoger, sino más bien para el propósito de la fe» (I.9). Como lo resume J. I. Packer: «Donde el arminiano dice: “mi elección se debe a mi fe”, el calvinista dice, “yo debo mi fe a mi elección”» (En pos de los puritanos y su piedad; ver también Hch 13:48).

A continuación, hablaron de la expiación como particular o definida. Aunque «la muerte del Hijo de Dios… es de infinito precio y valor, más que suficiente para expiar los pecados de todo el mundo», sin embargo, Cristo tenía en mente a pecadores específicos mientras colgaba de la cruz: sus ovejas, sus amigos, su iglesia, su esposa (II.3, 9).

El sínodo trató los dos siguientes puntos en conjunto, hablando de la depravación como total y de la gracia (o el llamado) como invenciblemente efectiva. Ellos escribieron: «Sin la gracia del Espíritu Santo regenerador [los pecadores] no quieren ni pueden regresar a Dios para reformar su naturaleza distorsionada, ni siquiera disponerse para tal reforma» (III/IV.3). Sin embargo, cuando la gracia viene a nosotros en Cristo, «Dios infunde nuevas cualidades en la voluntad, haciendo viva la voluntad de los muertos, bueno al malo, dispuesto al que estaba indispuesto y obediente al obstinado» (III/IV.11).

Finalmente, hablaron de la perseverancia como segura; por supuesto, no porque los redimidos sean tan fuertes, sino por las manos que los sostienen. Mientras los delegados del sínodo consideraban si el pueblo de Dios podía separarse de Él (Dios), escribieron: «Con respecto a sí mismos esto no solo puede suceder con facilidad, sino también que sin duda sucedería; pero con respecto a Dios no puede suceder» (V.8). Dejada a nosotros mismos, la perseverancia es imposible; dejada a Dios, es incuestionable.

Con estos cinco puntos, el sínodo levantó una fortaleza alrededor de «la pureza de la doctrina», en especial la doctrina de la gracia libre y soberana de Dios en la salvación.

La paz de la iglesia

Unos dos siglos después del Sínodo de Dort, el poeta Samuel Taylor Coleridge describió el calvinismo como un cordero vestido de lobo: «cruel en sus frases», pero «lleno de consuelo para el individuo que sufre» (Reformation Spirituality, 23). Quizás también oímos crueldad en frases como «elección incondicional» y «depravación total», hasta que quitamos la piel de estas frases para encontrar consuelo tan suave como la lana. En cada punto, Dort trabajó para acercar tal consuelo.

Tomemos como ejemplo la enseñanza del sínodo sobre la elección. Dort no era una reunión de calvinistas extremos, dispuestos a predicar la doctrina de la elección a todos los que por allí pasaran. Escriben: «Esta enseñanza debe ser puesta en práctica con espíritu de discreción, de manera piadosa y santa, en el momento y lugar apropiados, sin indagar de manera inquisitiva en los caminos del Altísimo» (I.14). ¿Cuántos de nosotros hemos adoptado precisamente el enfoque opuesto al que aquí se esboza?

Los cánones de Dort infunden valentía a los cristianos ansiosos para que se puedan acercar al trono de su Padre

Los delegados de Dort manejaron delicadamente la doctrina de la elección, sabiendo lo fácil que podía enviar a los escrupulosos a un laberinto de introspección. Incluso se tomaron el tiempo para dirigirse a aquellas almas tiernas que probablemente «tienen miedo» de esta enseñanza, recordándoles que «nuestro Dios misericordioso ha prometido no apagar una mecha que casi no arde o quebrar una caña cascada [Is 42:3]» (I.16).

Puestos estos peligros a un lado, el pueblo de Dios puede encontrar, para su gozo asombroso, que la elección «proporciona a las almas santas y piadosas consuelo más allá de las palabras» (I.6). Aplicados de manera correcta, los cánones de Dort infunden valentía a los cristianos ansiosos para que se puedan acercar al trono de su Padre y desde allí se aventuren al mundo sintiéndose amados, seguros y protegidos en su gracia omnipotente.

La gloria de Dios

Más allá de la pureza de la doctrina y la paz de la iglesia, los que se congregaron en Dort creían que lo que estaba en juego en la controversia arminiana era la gloria de Dios. Estaban convencidos de que un conjunto de doctrinas disminuía la gloria de Dios, mientras que el otro la exaltaba; que una dividió el aplauso de la salvación entre Dios y los hombres, mientras que el otro hizo a Dios todo en todo.

¿Cómo es esto? J. I. Packer delinea los efectos de las doctrinas arminianas sobre la mente cristiana:

«Nuestras mentes han sido condicionadas a pensar en la cruz como una redención que hace menos que redimir, y de Cristo como un Salvador que hace menos que salvar, y del amor de Dios como un afecto débil que no puede mantener a nadie fuera del infierno sin ayuda, y de la fe como la ayuda humana que Dios necesita para este propósito» (En pos de los puritanos y su piedad, 137).

La sugerencia de que nosotros tenemos la palabra final y decisiva en la salvación puede ofrecer algún consuelo; puede impedir el colapso total del orgullo del hombre al cual los cánones de Dort lo someten. Pero al final, «el buen placer de Dios y los méritos de Cristo son despojados de su eficacia» («Rejection of Errors», I.3). Como también Packer continúa escribiendo: «El Señor en su trono de repente se convierte en una figura débil e inútil que golpea desoladamente la puerta del corazón humano, la cual es incapaz de abrir» (143).

El Sínodo de Dort no nos da un Dios que solo invita, ofrece, llama y luego espera nuestra respuesta. Nos da al verdadero Dios, que es mejor por mucho: Aquel que derriba fortalezas, da vida a huesos muertos, hace resplandecer la luz en las tinieblas y abre la puerta cerrada de nuestros corazones de manera tal que no podemos hacer otra cosa que correr a Él como nuestro supremo gozo. Como dice el apóstol: «A Él sea gloria para siempre. Amén» (Ro 11:36).

Calvinistas de un solo punto

Cuando rastreamos el TULIP de vuelta a su tierra natal, obtenemos una mejor idea de su posición dentro del jardín de la teología reformada. Encontramos, por un lado, que los cánones de Dort no son un resumen sistemático del calvinismo, sino que abordan algunos temas clave en la doctrina bíblica de la salvación, de acuerdo al propósito de la iglesia holandesa durante un tiempo de crisis. Para un resumen más amplio del calvinismo, necesitaríamos consultar documentos como la Confesión de Bélgica o la Confesión de Fe de Westminster. Como señala Robert Godfrey, en ese sentido «el calvinismo tiene muchos más puntos que cinco».

Sin embargo, en otro sentido, podemos decir que los cinco puntos nacen de una preocupación central y unificadora. Como escribe Packer: «En realidad, del calvinismo solo hay un punto que enfatizar en el campo de la soteriología: el punto de que Dios salva a los pecadores» (En pos de los puritanos y su piedad, 130).

Dios salva a los pecadores: Él los salva desde la eternidad pasada por elección incondicional, los salva en la cruz mediante una expiación definida, salva a cada uno de ellos en un momento específico a través de un llamado efectivo y los salvará hasta el fin mediante la perseverancia impulsada por la gracia. Tal vez, entonces, haríamos bien en llamarnos a nosotros mismos calvinistas de un punto, felices de declarar con los de Dort que, de principio a fin, de la eternidad hasta la eternidad, la salvación pertenece al Señor.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Sergio Paz.
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