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2 Samuel 22 – 24   y    Hebreos 13, Santiago 1

Pero el rey dijo a Arauna:“No, sino que ciertamente por precio te lo compraré, pues no ofreceré al SEÑOR mi Dios holocausto que no me cueste nada”. Y David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos (570 gramos) de plata.

(2 Samuel 24:24)

¿Saben lo que es una bula? Era un sello especial de plomo que pendía al final de ciertos documentos pontificios con el fin de autenticarlos. Así se le llamaba a los documentos papales especiales que anunciaban alguna gracia, privilegio o providencia especial para el recipiente. Por ejemplo, son famosas las Bulas Alejandrinas de septiembre de 1493 porque daban cuenta de los privilegios entregados a los Reyes Católicos sobre las tierras descubiertas y por descubrir en el nuevo mundo. Es importante notar que sin la bula (el sello de plomo) el documento carecía de valor y perdía su autenticidad.

Más allá de su valor documental, hoy en día hay muchos por allí que se consideran como “bulas humanas”. Sienten que ellos son el “sello” que garantiza que las cosas funcionen, que tengan valor y que, por eso, deben ser reconocido de manera permanente e inexorable (¡es su destino!). Son aquellos que no pueden esperar nada menos que el primer lugar, que se resienten cuando no se les distingue o se les reconoce de manera especial sobre el resto de los comunes mortales. Son reyes sin corona y nobles sin pedigrí.

El problema con los que sufren de bulitis es que para poder alcanzar la cima no sienten el menor remordimiento al pasar por encima de todos y sin consideración alguna de los demás. Son, definitivamente, personas centradas en sí mismas: “primero yo, segundo yo… y si queda algo… también para mí”.

Leí por allí que en alguna oportunidad Margaret Thatcher asistió a un banquete en donde estaba invitada también la Reina Isabel. Los reporteros gráficos hicieron su agosto al descubrir que ambas tenían casi el mismo vestido. Al día siguiente, los cuasi-uniformes del primer ministro y de la reina estaban en las primeras planas de los diarios del mundo. La Dama de Hierro estaba indignada y llamó a la jefa de protocolo de la reina para pedir que se le informe del estilo de vida real para así evitar situaciones bochornosas como las que acaban de pasar. La jefa de protocolo, con flema inglesa, le respondió a la ministra: “No se preocupe, la reina no toma en cuenta estos detalles. Ella nunca presta atención a lo que visten los demás”. No hay duda que la reina, que acaba de cumplir 90 años, vive por sobre el común de los mortales.

El rey David también tenía muchas prerrogativas de monarca y gozaba de un sinnúmero de auto-bulas que, sin el menor reparo, hubiera podido concederse. Sin embargo, nunca se aprovechó de sus privilegios, sino que siempre trató a los demás como a pares, como quienes merecen respeto y trato igualitario sin distinción.

David estaba en el campo de batalla. Las condiciones no eran de las mejores, y había carencia de alimentos y agua. En un momento el rey hizo sentir su necesidad: “David sintió un gran deseo, y dijo:“¡Quién me diera a beber agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!” (2 Sam. 23:15). No era el único sediento en el campamento, todos sus soldados estaban pasando por una situación similar y solo había agua en el campamento enemigo. Tres hombres valientes tomaron el clamor de David como una bula a favor del rey y: “…se abrieron paso por el campamento de los Filisteos, y sacando agua del pozo de Belén que estaba junto a la puerta, se la llevaron y la trajeron a David…” (2 Sam. 23:16a).

¡Vaya acto heroico! Poner en peligro sus propias vidas para satisfacer la sed de su rey. “Son dignos merecedores de una medalla y de un buen ascenso”, deben haber pensado los demás miembros del ejército de Israel. Pero David no iba a permitir que nadie ponga en juego su vida por satisfacer solo su necesidad. ¿Qué hizo David? “…Pero él no quiso beberla, sino que la derramó para el SEÑOR, y dijo: Lejos esté de mí, oh SEÑOR, que yo haga esto. ¿Beberé la sangre de los hombres que fueron con riesgo de sus vidas?” (2 Sam. 23:16b-17a).

Que algunos se consideren con prerrogativas especiales por sobre los demás es uno de los mayores dramas de la raza humana. Algunos de nosotros no ponemos en juego la vida de los demás para conseguir un beneficio personal, pero si nos apropiamos injustamente de su bienestar cuando a los que trabajan para nosotros no les pagamos lo que es justo. Nos apropiamos injustamente de la honra de los ancianos cuando los tratamos con menosprecio solo por el hecho de creer que ser viejo es sinónimo de inservible. Nos apropiamos injustamente de la felicidad de nuestro cónyuge cuando les negamos el amor y el compromiso que les debemos y solo buscamos nuestra comodidad egoísta.

Hay tantas “bulas” que nosotros mismos auto-proclamamos con el fin de generarnos beneficios. Estamos tan auto-centrados que olvidamos por completo el costo altísimo que tienen que pagar los demás para poder entregar lo que pedimos injustamente. Una madre me contaba lo bien que la pasó la familia en las últimas vacaciones: “Los niños jugaron, se bañaron en la playa y en la piscina, salieron hasta altas horas de la noche y conocieron infinidad de amigos”. Cuando le pregunté cómo la había pasado ella, me dijo:

Bueno, el lugar era muy lindo, pero las tiendas para comprar los abarrotes no quedaban muy cerca. Mi esposo se consiguió un trabajo durante las vacaciones y solo nos acompañaba los fines de semana (es que es tan caro vacacionar hoy en día)…los muchachos siempre estaban hambrientos, había que tener comida preparada todo el tiempo para ellos y para el batallón de amigos que invitaron a pasar vacaciones juntos. Gracias a Dios la casa que arrendamos tenía lavadora y la nana nos acompañó para ayudarme… En las noches tenía que levantarme a las 3 de la mañana para ir a buscar a uno y a otro a los diferentes lugares donde estaban. La verdad es que los muchachos la pasaron súper, jugaron…”.

Siempre habrá alguien que pague por nuestras exigencias…siempre, aun cuando no nos demos cuenta.

David se prometió a sí mismo nunca convertir a los demás en súbditos de sus exigencias. Así también nosotros debemos evadir el egoísmo y proclamar bulas a favor de los demás en las que el costo lo pagamos nosotros y por puro amor. El libro de Hebreos termina con un código ‘Pro-Bulas a los Demás’. Esto es parte de su reglamento:

“Permanezca el amor fraternal. No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Acuérdense de los presos, como si estuvieran presos con ellos, y de los maltratados, puesto que también ustedes están en el cuerpo…Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque El mismo ha dicho: NUNCA TE DEJARE NI TE DESAMPARARE…Y no se olviden ustedes de hacer el bien y de la ayuda mutua (compartir), porque de tales sacrificios se agrada Dios”.  (Hebreos 13:1-3,5,16)        

Te propongo un negocio: Te invito a que redactes una Bula a favor de alguien a quien le has estado exigiendo demasiado y a quien tu consideración hacia ella no ha sido mucha. Todavía hay tiempo para hacer las cosas diferentes.

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