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El ascetismo afirma que la santidad se consigue a través de la negación de los apetitos corporales, los placeres físicos y la búsqueda de un tratamiento severo del cuerpo. Según los que promueven el ascetismo, el crecimiento en piedad se obtiene al restarle importancia a lo físico (comer, sexo y dormir) y acentuar lo espiritual (meditación y oración). En el monasticismo antiguo, el ascetismo fue practicado por religiosos y comunidades. Todavía existen órdenes de algunas religiones que practican un estilo de vida ascético. Pablo niega que el ascetismo produzca santidad (Col 2:20-23).

Las consecuencias del ascetismo

El ascetismo ha llevado a grupos religiosos a establecer posturas rígidas sobre la manera en que se puede adquirir la salvación. Te presentamos dos posturas legalistas sobre la salvación y la vida cristiana que agrada a Dios.

1) La postura de que la salvación es merecido producto de guardar la ley. Una teología del mérito sostiene que la obediencia a la ley gana el favor de Dios y obtiene la vida eterna. Jesús combatió el legalismo de los fariseos (Jn 5:39-40, 45) y Pablo el legalismo de los judaizantes (Gá 2:15–16). Jesús condenó el legalismo arrogante y ensalzó la misericordia de Dios por los pecadores (Lc 18:9–14). Pablo condenó el legalismo y ensalzó la gracia salvadora de Dios (Ro 3:28; Ef 2:8–9).

2) La postura que afirma que la esencia de la vida cristiana es el guardar la ley. El antinomianismo se equivoca de la manera opuesta cuando niega que los creyentes necesiten la ley. La ley de Dios como parte de la Palabra de Dios tiene un lugar en la vida cristiana, porque los creyentes muestran su amor por Dios a través de su obediencia a Él. Pero la gracia, la fe, el Espíritu Santo y la libertad en Cristo ocupan el lugar del orgullo en la vida de la iglesia, así como la de los cristianos individuales.

¿Cómo opera la santidad en nosotros?

La doctrina de la santificación consiste en que Dios nos aparta del pecado para sí mismo. Esta acción divina produce santidad en nosotros hoy y nos perfecciona en esa santidad para cuando Cristo regrese. El Dios santo es la fuente de toda santidad y la santidad humana no es solo la separación del pecado, sino también la consagración a Dios.

La santificación ocurre en unión con Cristo. Cuando el Espíritu Santo nos une a Cristo, nos libera de la tiranía del pecado y, tras haber sido resucitados con Cristo, nos da el poder para vivir vidas nuevas (Ro 6:1-4). La Trinidad es activa en nuestra santificación. El Padre nos guía a través de las dificultades para “que participemos de su santidad” (He 12:10). El Hijo murió en la cruz para santificarnos (Ef 5:25-26). El Espíritu Santo también juega un papel importante (2 Tes 2:13). Dios, el autor de la santificación, nos permite ser participantes activos (Fil 2:12–13; Col 1:28–29).

La santificación es pasada (definitiva), presente (progresiva) y futura (final). La santificación definitiva o pasada es la obra del Espíritu de apartarnos como santos para Cristo, constituyéndonos como santos. Esto ocurrió cuando confiamos en Cristo (1 Co 1:2; 6:11). La santificación presente o progresiva es la obra del Espíritu que nos habilita para crecer en santidad aplicada (1 Tes 4:3). La santificación futura o final es la obra del Espíritu de conformarnos a la imagen de Cristo en perfecta santidad a su regreso (Ef 5:27; 1 Jn 3:2).

Somos santos por gracia

Dios nos santifica como su pueblo de forma individual y corporativamente (He 6:11-12; 10:24–25). La santificación involucra tensiones, incluyendo saber y hacer; la santificación está realizada, pero no realizada por completo; y Dios está santificándonos de forma soberana y como agentes activos y responsables.

Solo Él consagra cosas y personas. Él aparta su pueblo del reino del pecado, constituyéndolos santos y un día los perfeccionará en santidad (santidad posicional). Mientras tanto, les da el Espíritu Santo y les da el poder para progresar en la piedad real (santidad progresiva). Él obra en los creyentes para purificarlos del mal y la impureza. Él los libera de la esclavitud del pecado y los hace libres para que le sirvan (Mt 5:48; 1 P 1:14–16).

Nota del editor: 

Este artículo es un fragmento adaptado del libro Diccionario conciso de términos teológicos, escrito por Christopher W. Morgan y Robert A. Peterson. Este recurso será publicado próximamente en nuestro idioma por B&H Español. Te animamos a visitar el sitio web de la editorial para estar atento a su publicación.

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