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Soy una madre que se queda en casa con tres niñas, todas menores de 5 años. Siempre he estado agradecida por el tiempo que puedo pasar junto a ellas y un poco celosa de que mi esposo puede salir de casa a un trabajo que él encuentra desafiante y energizante.

Ahora él está trabajando desde casa, ¡y puedo escuchar cuán significativo e interesante es su día! A veces me desanima esforzarme entre pañales, vómitos, y “tiempo fuera”, y él solo se aparece por unos cuantos minutos para mimar y jugar con las niñas, para luego regresar a chatear y reírse con sus colegas. Sigo pensando que yo estoy haciendo la parte difícil y a él le toca lo bueno, aunque eso no sea cierto. Después de todo, su sueldo es lo que permite que yo pueda quedarme en casa en primer lugar. Y ciertamente su trabajo tiene partes difíciles y aburridas.

Odio la envidia que siento. ¿Cómo puedo combatir esto?


Como mamá de tres hijos, que se ha quedado principalmente en casa durante los últimos ocho años (mientras que mi esposo trabajó desde casa por cinco años), te entiendo. Es difícil. Y espero que veas la gracia de Dios obrando en ti, evidenciada por tu deseo de luchar contra el pecado. La falta de contentamiento y la envidia son trampas comunes: ¡es solo por gracia que podemos luchar contra ellas!

Para empezar, es importante desentrañar las diversas luchas y tentaciones de nuestros corazones. Después sugeriré algunos consejos prácticos.

Resiste y arrepiéntete del pecado

Entre más constante es la tentación, más insensibles se vuelven nuestros corazones. Dado que te encuentras en una etapa en donde la tentación de envidiar es más fuerte que antes, es especialmente importante que cultives un corazón dócil. Cuando sientas que las punzadas de la envidia están surgiendo, detente y ora. Recuerda la sabiduría de Proverbios: “Un corazón apacible es vida para el cuerpo, pero las pasiones son podredumbre de los huesos” (Pr. 14:30). La envidia no es solo un pecado contra Dios, también te hará miserable.

Comparte tus luchas con tu esposo, no para castigarlo o herirlo, sino con gentileza y vulnerabilidad. Déjale saber si hay maneras en las que puede orar por ti o cuidar de ti.

También considera abrirte con amigas de confianza, y llamarlas cuando necesites oración.

Si puedes tener un minuto a solas, medita en las Escrituras. Si no puedes, tararea un himno, o baila música de alabanza con tus hijos. Respira profundo. Cuando te sientas tentada, lo mejor es reorientar nuestros corazones a Dios lo antes posible. 

Y cuando falles, y el Espíritu te convenza de las maneras en las que te has quejado de tus circunstancias y has envidiado las de tu esposo, arrepiéntete y regocíjate en que eres perdonada a través de Cristo. Cuando nuestro pecado se siente habitual, es tentador abrazar un espíritu de resignación. Ten esperanza en el mañana: las misericordias de Dios son nuevas cada día.

Reconoce que tu trabajo es sagrado

Una razón por la cual las madres que nos quedamos en casa a menudo luchamos, es porque no vemos el fruto de nuestro trabajo. Cuando otros completan proyectos y alcanzan metas, sentimos que cada elemento que realizamos de nuestra lista, nuestros hijos lo deshacen. Además, sin colegas adultos con quienes reírse, compartir ideas, o animarse en los días difíciles, nuestro trabajo se siente solitario.

Jesús ama a los niños pequeños, y a través de miles de maneras ordinarias, podemos mostrar su amor a los nuestros

Como resultado, podemos perder de vista lo sagrado que es nuestro trabajo. Jesús ama a los niños pequeños, y a través de miles de maneras ordinarias, podemos mostrar su amor a los nuestros. Ya sea que estemos leyendo historias bíblicas, respondiendo preguntas, o pacientemente lidiando con su pecado, estamos demostrando el amor íntimo de un Padre que se preocupa por cada detalle de sus vidas.

Aún en este valioso trabajo, muchas de nuestras tareas son cotidianas, y no ayuda pensar lo contrario. Puedes amar quedarte en casa con tus hijos y aún lamentarte cuando es difícil.

En esos momentos, Dios es nuestro refugio. Él es un consuelo y fortaleza en tiempos de dificultad, y nuestra adversidad puede acercarnos a Él. Siempre podemos regocijarnos en eso.

Encuentra un nuevo ritmo

Hay maneras de hacer que esta nueva situación de vida funcione para ti, en lugar de cooperar en tu contra.

A medida que te regocijas en el trabajo de tu esposo y su seguridad, puedes hablar con él para que sus descansos te ayuden en lugar de distraerte. Si anteriormente tenías un buen ritmo con las niñas (tiempos consistentes para cosas como comidas, siestas, jugar afuera, ver un programa), o estás trabajando en crear uno nuevo, piensen juntos acerca de cuándo podrías necesitar un par de manos extra.

A través de lo cotidiano de los platos sucios, pañales, y reuniones en línea, ambos tienen la oportunidad de glorificar a Dios al servirle con gozo

Tal vez él podría programar sus reuniones de modo que pueda almorzar con las niñas mientras tú disfrutas unos minutos a solas, o te pones al día con el lavado de la ropa. O tal vez él podría leerles un par de libros justo antes de la hora de la siesta para empezar a calmarlas. O tal vez podría llevarse a las tres en un paseo por la tarde mientras haces la cena (o viceversa). Estructuren su tiempo juntos para que los recesos de tu esposo sean provechosos para él, para ti, y para las niñas.

Pregúntale, también, cómo podrías ayudarlo a él durante el día. ¿Hay momentos en los que le vendría bien una taza de café recién hecho y tú podrías llevárselo? ¿Hay reuniones por las que le gustaría que oraras? ¿Hay algún momento en que le gustaría que llevaras a las niñas fuera o ponerles un programa para que la casa esté tranquila? Esto es diferente para él también, y pueden haber maneras de facilitar su transición a trabajar desde casa.

A través de lo cotidiano de los platos sucios, pañales, y reuniones en línea, ambos tienen la oportunidad de glorificar a Dios al servirle con gozo. Imita la humildad de nuestro Salvador, que dejó a un lado una corona para lavar pies sucios.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Jenny Midence García.
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