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En el Edén, Adán y Eva redefinieron el fruto. Escucharon al Engañador y decidieron que comer no podía ser tan malo. Pensaron que habían encontrado la manera de ser como Dios ignorando a Dios.

Nos gustaría pensar que los seres humanos hemos aprendido la lección. Nada bueno sucede si tratamos de redefinir lo que Dios creó. Pero no, no hemos aprendido nada. La revolución sexual es prueba de ello. La humanidad ha intentado redefinir los conceptos de la sexualidad y el matrimonio; ha borrado los límites que Dios amorosamente estableció. Y hoy estamos enfrentándonos a las consecuencias de nuestra rebeldía.

¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo es que Facebook ofrece más de 70 opciones de género en su sitio web? ¿Cómo es que niños de cuatro años están “transicionando” porque sienten que nacieron en el cuerpo equivocado? Esto no sucedió de la noche a la mañana. En su libro, Revolución sexual, Catherine Scheraldi y Miguel Núñez nos explican que “el vocabulario cambió y así cambiaron las ideas” (p. 107). Las palabras importan. ¿Qué significa el sexo o el matrimonio? Según el mundo, lo que tú quieras. De pronto, lo que sientes define la realidad. Y nadie puede discutir con los sentimientos.

Pero la Biblia tiene mucho qué decirnos acerca de la sexualidad humana y, a diferencia de lo que muchos piensan, la ciencia respalda la Escritura. En este libro, Miguel y Cathy nos muestran la armonía que existe entre las verdades bíblicas y las verdades de la ciencia. Desde las hormonas hasta la estructura del cerebro, la biología nos muestra lo que Dios reveló desde el principio: los hombres y las mujeres son diferentes… ¡y eso es algo bueno!

“El ser humano no le informa al Señor lo que es verdad, sino que descubre lo que Él ya reveló como cierto” (p. 115).

Durante siglos se nos ha hecho creer que el hecho de que haya diferencias entre los sexos significa que uno es mejor que el otro. En siglos pasados la mujer era vista como un ser inferior, sin dignidad ni derecho a votar o recibir educación. Ahora el feminismo nos predica que “el futuro es de las mujeres”, y que podemos hacer todo lo que queramos con nuestros cuerpos. La solución de muchos ha sido tratar de borrar las distinciones entre los sexos y decir que el género es una simple construcción social. Lo masculino y lo femenino no existe en realidad. Dilo muchas veces y la gente lo creerá. Así es como cambian las ideas.

“Solo debes repetir una idea lo suficiente para que, con el tiempo, se convierta en verdad” (p. 239).

Pero Dios nos enseña un camino diferente. Un camino en el que podemos apreciar la hermosura de ser distintos. Un camino en el que podemos disfrutar de la sexualidad como Dios la diseñó. Un camino en que los hombres y las mujeres, iguales en dignidad y distintos en su rol, trabajen juntos para glorificar a Dios y amarse unos a otros en todo lo que hacen.

No desmayemos. Por abrumadora que sea esta revolución sexual, podemos enfrentarla con confianza, sabiendo que la verdad triunfará, la Iglesia prevalecerá, y en medio de todo nuestro Señor será glorificado.

“La respuesta a la crisis en medio de la cual nos encontramos es la confianza absoluta en el Dios que está por encima de la tormenta y por encima de toda circunstancia” (p. 102).


Imagen: Unsplash
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