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Daniel 1-2 y 1 Pedro 4-5

“y dijo: ¡Alabado sea por siempre el nombre de Dios! Suyos son la sabiduría y el poder. Él cambia los tiempos y las épocas, pone y depone reyes. A los sabios da sabiduría, y a los inteligentes, discernimiento. Él revela lo profundo y lo escondido, Y sabe lo que se oculta en las sombras. ¡En él habita la luz!” (Daniel 2:20-22 NVI).

Durante los siglos III y IV d.C., los desiertos egipcios estuvieron poblados por varios miles de hombres y mujeres que, buscando separarse del mundo, se consagraban a Dios en una vida de soledad, pobreza, y duro trato corporal. Para nosotros, cristianos del siglo XXI, podría sonarnos como una verdadera locura lo que estos hombres y mujeres hicieron en nombre del cristianismo hace tanto tiempo atrás. Sin embargo, al mirarlo bajo el lente de su propia historia y circunstancias, nos daremos cuenta de que sus respuestas de obediencia no estaban tan desequilibradas como podría parecer.

El monasticismo temprano fue la respuesta razonable y tajante a la institucionalización de la Iglesia durante los tiempos de Constantino. Aunque el cristianismo vivía un momento de supuesto esplendor y expansión, con todo, estos movimientos del desierto eran la respuesta a un descontento ante una riqueza y un esplendor material que impedía el crecimiento de una verdadera riqueza espiritual acorde con la voluntad de Dios para su iglesia. En sus tiempos, y con sus vidas extrañamente consagradas, ellos fueron como “piedras en el zapato” que no permitían la conformidad ni la aceptación total de todo lo que estaba pasando en la iglesia complaciente y la sociedad de su tiempo. Ellos no compartieron teorías o escribieron libros acerca de sus principios. Por el contrario, ellos mismos fueron su mensaje radical. Sus vidas, día tras día, eran más poderosas que cualquier manifiesto.

John Driver escribió un libro titulado Fe radical: Una historia alternativa de la iglesia cristiana. Allí hace un comentario sobre este movimiento que quisiera compartir con ustedes: “El monasticismo influenció la creación de comunidades cristianas comprometidas, con valores y estilos de vida que diferían de la sociedad en general. Las paredes alrededor de los monasterios cumplieron una función simbólica, y también una práctica. Los monasterios han sido comunidades de contraste, y sus estilos de vida no conformistas han enviado un poderoso y profético mensaje a todos los cristianos… A pesar de sus ambigüedades, la existencia de estas minorías proféticas ha servido para denunciar el materialismo, las injusticias económicas, el libertinaje inmoral, el sexismo, y otras formas de violencia… Las voces de Antonio y Pacomio (fundadores clásicos del movimiento) nos recuerdan que en el pueblo de Dios siempre somos peregrinos en este mundo”.

Pero lo que en un comienzo fueron movimientos de avanzada y reflexión, con los años, y producto de que las sociedades cambian y las demandas se hacen distintas, se vieron llenos de principios que se hicieron anticuados, meras prácticas externas, y sin un mensaje que proclamar. Un movimiento vibrante y contestatario se convirtió con el paso de los años en una tradición anquilosada que miraba hacia adentro y había dejado de ser sal y luz.

Leía por allí un artículo que explicaba lo anticuado de ciertos modelos eclesiásticos. En algunas iglesias se cantan canciones y melodías con por lo menos cien años de uso. En la mayoría de iglesias uno se sienta en bancas dejadas de fabricar masivamente hace más de un siglo; y hablamos de situaciones en la vidas de hombres que vivieron hace un par de milenios. ¿Dónde está lo contemporáneo de la iglesia? ¿Cuál es la dinámica que impide que nuestro cristianismo caiga en un anacronismo insípido?

Está claro que los cristianos siempre deben pelear en contra del conformismo y del statu quo. Es fácil sentirse cómodo y satisfecho en medio de la sociedad, gozando de los privilegios que nos da el tratar de formar parte de la “mayoría”. Al dejar de ser “miembros de contraste” de nuestra sociedad perdemos también la esencia de nuestro cristianismo, que es el ser sal y luz contra la corrupción y la oscuridad. Pero también los cristianos deben luchar por no sentirse simplemente satisfechos en el pasado. Hay muchos cristianos por allí que son felices viéndose a si mismos como parte de una comunidad anticuada y retrógrada que sueña con la frase: “Todo tiempo pasado fue mejor” (olvidando la exhortación de Salomón en Eclesiastés 7:10). Por eso, con mucha razón, muchos detractores del cristianismo piensan que es el lugar para las abuelitas y para todos aquellos que le tienen miedo a la vida del presente. Nada más equivocado.

Debemos reconocer que la iglesia debe renovar su visión y asumir su papel profético en cada generación.

Debemos reconocer que la iglesia debe renovar su visión y asumir su papel profético en cada generación. Justamente, en el texto del encabezado, el profeta Daniel nos enseña que el Señor de la iglesia surfea sobre las olas del tiempo y las circunstancias temporales. Así como las olas se levantan una tras otra, haciéndonos creer que su encumbramiento es para siempre, pero terminan siempre muriendo tímidamente en la orilla, así también cada nueva generación se levanta para proclamarse como señores del universo, pero terminan muriendo calladamente con el paso de los años. Lo que debemos aprender es que Jesucristo siempre está en la cresta de todas las olas, y nosotros debemos aprender a surfear los tiempos con Él. 

En la interpretación del sueño de Nabucodonosor, Daniel da a conocer una de las revelaciones proféticas más maravillosas y potentes de la antigüedad. Es tan perfecta que muchos detractores se han levantado durante siglos para negar su autenticidad. En pocas palabras, él habla del surgimiento y caída del imperio Babilónico, Medo Persa, Griego, Romano, y su división occidental y oriental. No en vano Nabucodonosor, después de escucharle dijo: “¡Tu Dios es el Dios de los dioses y el soberano de los reyes!” (Dan. 2:47 NVI). Nuestro Dios no es dios de la antigüedad, es el Señor que siempre permanece presente. Él es el Dios de Abraham, pero también el Dios vivo y verdadero de todos los que hoy confiesan con verdad su nombre. A Él no lo dejó atrás la historia; Él decide la historia y demarca su curso. La parálisis de algunos cristianos es producto de que se quedaron con las “cosas de Dios” y se olvidaron del Dios “que permanece para siempre”.

En una reflexión anterior veíamos como la Palabra del Señor “vive y permanece para siempre”; de allí que su carácter renovador sea lo único que le puede dar vitalidad a los cristianos para no quedarse atrás. “El que habla, hágalo como quién expresa las palabras mismas de Dios; el que presta algún servicio, hágalo como quien tiene el poder de Dios. Así Dios será en todo alabado por medio de Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (1 P. 4:11 NVI, énfasis añadido). Tendemos a temblar y sucumbir bajo el peso de los cambios abismales que nos están tocando vivir. Sin embargo, al leer la Biblia, me doy cuenta de que el Señor me enseñará a enfrentar cada nueva ola porque Él ya las conoce a todas. Por eso, quisiera dejarte con algunos consejos de Pedro, un viejo surfista enseñado por Jesucristo.

Primero, algunas olas revientan con más fuerza contra los cristianos, pero no por eso renunciaremos. Nuestra sociedad está intentando fomentar valores que son abiertamente opuestos a nuestros principios. Debemos estar preparados para el golpe, pero también para responder. Los que vamos conociendo las olas no le tenemos miedo al revolcón: “Que ninguno tenga que sufrir por asesino, ladrón o delincuente, ni siquiera por entrometido. Pero si alguien sufre por ser cristiano, que no se avergüence, sino que alabe a Dios por llevar el nombre de Cristo” (1 P. 4:16 NVI).

Es importante prepararnos ardua y previamente para responder a la sociedad que nos presiona.

En segundo lugar, es importante prepararnos ardua y previamente para responder a la sociedad que nos presiona: “¡Dichosos si sufren por causa de la justicia! ‘No teman lo que ellos temen, ni se dejen asustar’. Más bien, honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto, manteniendo la conciencia limpia, para que los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo, se avergüencen de sus calumnias. Si es la voluntad de Dios, es preferible sufrir por hacer el bien que por hacer el mal” (1 P. 3:14-17 NVI).

En tercer lugar, surfear las olas de los tiempos demanda menos intrepidez y más precaución. Las olas de la vida son sumamente peligrosas, pero nunca estaremos solos. Si las olas nos asustan, si nos sentimos poco preparados para enfrentarlas, confiemos en el Señor que nunca deja de estar a nuestro lado. “Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo. Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” (1 P. 5:6-7 NVI). 

En cuarto lugar, hay algunos surfistas bien entrenados del bando contrario del que debemos cuidarnos: “Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimiento” (1 P. 5:8-9 NVI).

Finalmente, hay una promesa del Gran Surfista que nos dice que nunca quedaremos aplastados bajo el poder de las olas. Si somos fieles y valientes, venceremos el paso del tiempo: “Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables” (1 P. 5:10 NVI). 

Por eso, termino con el máximo reconocimiento de los surfistas cristianos de todos los tiempos a nuestro señor Jesucristo: “A él sea el poder por los siglos de los siglos. Amén” (1 P. 5:11 NVI).


Imagen: Lightstock.
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