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Hay controversias que nunca se nos van a ir de en frente de nosotros, y una se esas controversias tiene que ver con la Pena Capital: unos a favor, otros en contra. Usualmente, aquellos que están en contra de la pena capital, piensan que: a la luz del Nuevo Testamento, a la luz de la gracia, a la luz de amar a nuestros enemigos, a la luz del mandamiento de “no matarás” (Éxodo 20:13), que nosotros no debiéramos pensar que tenemos la autoridad para quitarle la vida a otro ser humano. Y ciertamente, esas son consideraciones a tomar en cuenta, pero no podemos olvidar el resto del consejo de Dios.

En Génesis 9:6, Dios reveló de una manera clara – incluso antes de la ley de Moisés– que todo aquel que derramara sangre de hombre su sangre sería derramada, sería demandada. ¿Por qué Dios hizo eso? El texto nos dice: “porque a imagen de Dios hizo Dios al hombre”. Dios está protegiendo su imagen en primer lugar. En segundo lugar, yo creo que parte de la problemática en entender algo que parece tan severo como este mandato, es que nosotros en nuestra condición caída no hemos acabado de entender el alto valor que Dios le asigna a lo que es la imagen de Dios en el hombre. Yo creo que si entendiéramos eso mejor, pudiéramos entender mucho mejor el mandamiento.

Entonces, Dios establece eso, antes de la ley de Moisés. Moisés viene, Dios nos trae una nueva ley a través de Moisés, pero esto precedió a la ley de Moisés.

Cuando nosotros nos vamos al Nuevo Testamento, llegamos al libro de Santiago, encontramos a Santiago haciéndonos una observación, y es que aquellos que hablan contra su hermano y que usan sus labios también para adorar a Dios, entonces, ahí trae Santiago el “pero”: ¿cómo puedes hacer eso y hablar contra ese hermano que es portador de la imagen de Dios? Ahora yo veo que en el Nuevo Testamento hay todavía un valor extraordinario que Dios sigue asignando a la vida humana y a su imagen en él. Algo que Él viene a redimir incluso, que es otra manera de ver el valor de la imagen de Dios en el hombre. Es una imagen manchada por el pecado, pero Dios da a su Hijo para redimir precisamente su imagen en el hombre.

Todo eso nos lleva a considerar, entonces, el alto valor que esta imagen tiene en el ser humano. Eso es número uno. Número dos, ¿cómo ha protegido Dios esa imagen? Dios la ha protegido de tal manera que quiere que el hombre entienda que si tu violentas esa imagen de Él en el hombre, a tal punto de quitarle la vida, tú mereces perder tu propia vida, como una manera de consecuencia, y de comunicar el alto valor que esa imagen tiene.

Ciertamente, yo no puedo tomarme la atribución de manera personal, de aplicar la pena capital a nadie, como quizás se aplicó en el Antiguo Testamento en algún momento. No: pero el gobierno sí puede. Dios también instituyó al gobierno como un ministro, para que administre justicia –Romanos 3 nos habla de eso–. Allí Dios le llama un ministro, en el original le llama “un diácono”, un diácono de Dios para administrar justicia. Y no en vano lleva la espada; para vengar lo mal hecho.

Entonces, ahora, cuando ponemos dos y dos, como decimos, juntos, tú comienzas a entender, que hay una institución, algo instituido por Dios, un organismo, con la responsabilidad de vengar lo mal hecho, que Dios dice que lleva la espada, entonces él tiene que hacer caso a lo que Dios ha legislado. Y en protección de los ciudadanos de esa nación, ese gobierno, bajo Dios y responsable ante Dios, tiene la responsabilidad, y podría, bajo nuestra concepción, llevar a cabo la Pena Capital.

Y una observación más, yo diría entonces, que la pena capital debiera ejercerse para aquellos casos donde no hay la menor duda de que este ha sido el autor de la muerte. Sabemos que en la historia se han construido casos donde alguien inocente ha perdido la vida. Pero tenemos múltiples casos donde el autor del crimen ha ido a la corte y ha dicho: “Si, yo soy culpable. Sí, yo lo hice”; o que se ha filmado un video. Y en esos casos donde no hay ninguna controversia acerca de quién fue el asesino, nosotros estaríamos a favor de esa pena capital, en defensa de la imagen de Dios en el hombre.

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