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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de 7 amenazas que enfrenta toda iglesia y tu parte en superarlas (B&H Español, 2018), por Juan Sánchez.

A veces existe una idea equivocada de que, cuando te conviertes en cristiano, Jesús quita todos tus problemas y todos viven felices por siempre. Pero, estoy seguro de que, si ya habías abrazado a Cristo esperando un final brillante de cuento de hadas, entonces ya te habías desilusionado. El príncipe azul todavía no ha llegado; la vil madrastra aún gobierna; las hermanastras engreídas todavía te persiguen; y aún estás limpiando pisos.

No obstante, el deseo de “vivir felices por siempre” es algo intrínseco en nosotros; todavía lo anhelamos. El problema es que esperamos que nuestro “vivir felices por siempre” provenga de las personas equivocadas, de los lugares equivocados, en el momento equivocado.

La historia bíblica trata de un Príncipe justo y fiel que se convierte en Rey y rescata a una novia sucia y adúltera, a fin de embellecerla para el día de su boda. Pero el dragón, el archienemigo del Rey, procura destruir al Rey antes de que este pueda rescatar a Su novia. Sin embargo, el Rey mata al dragón y, luego de ascender a Su trono, comienza a preparar a Su novia para la fiesta de bodas.

Jesús es el Rey, que ahora ha resucitado y reina. Satanás es el dragón, ahora derrotado y desesperado. Y nosotros, la Iglesia, somos la novia del Rey y somos atacados.

Mientras tanto, después de fracasar en su intento de destruir al Rey, el dragón ahora procura destruir a la novia del Rey. Él utiliza todas las armas a su disposición: el gobierno tiránico (descrito en Apocalipsis como “la bestia”), la religión corrupta (“el falso profeta”), la humanidad pecaminosa (“los que viven en la tierra”), y la cultura inmoral (“la gran prostituta”).

El lenguaje de Apocalipsis nos recuerda un cuento de hadas, excepto que sabemos que este es verdadero. Jesús es el Rey, que ahora ha resucitado y reina. Satanás es el dragón, ahora derrotado y desesperado. Y nosotros, la Iglesia, somos la novia del Rey y somos atacados.

Mediante su guerra brutal e implacable contra nosotros, Satanás hace de esta vida un infierno para la Iglesia. Mientras Satanás ande por la tierra cual león que busca devorar a su presa, la Iglesia enfrentará muchas amenazas. A Satanás no le importa si priorizamos la verdad en detrimento del amor o si priorizamos el amor en detrimento de la verdad; ambos extremos socavan el evangelio. Él utiliza el miedo a la muerte como un arma contra nosotros, y no le importa si este da como resultado la negación de Cristo o la transigencia doctrinal; ambos logran el mismo fin. A él no le interesa si tenemos un concepto muy alto o muy bajo de nosotros mismos; ambos son igualmente perjudiciales para la misión de la Iglesia.

Frente a todas estas amenazas, Apocalipsis se atreve a plantear la pregunta que está en los labios de todo cristiano decepcionado: “¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra?” (Ap. 6:10). ¿Cuánto tiempo durará esto? Afortunadamente, a medida que el libro de Apocalipsis se desarrolla, este también se atreve a dar una respuesta a nuestra apremiante interrogante.

Apocalipsis nos invita a ver este mundo desde la perspectiva de Dios, desde su trono en el cielo.

A pesar de que los cristianos fieles puedan no estar de acuerdo en cuanto a los tiempos precisos de los acontecimientos en Apocalipsis 4–22, todos podemos coincidir en que Jesús, el Rey resucitado y reinante, volverá a reivindicarnos y a llevarnos a Dios. La trama se desarrollará de la siguiente forma:

  • A su regreso, el Rey derrotará de una vez por todas la rebelión de la humanidad pecaminosa en la batalla final (16:12-16; 17:11-14; 19:11-21; 20:7-9), y reunirá a las naciones para el juicio final (20:11-13). A todos los vencedores se les promete un lugar en el gobierno del Rey que regresa y participarán en el juicio final (2:26-28; 3:21; 20:4).
  • El Rey que regresa hará que los reyes de la tierra se vuelvan en contra de la ciudad inmoral, la “gran prostituta”, y destruirán la ciudad (17:1-18). Todo el cielo se regocijará (19:1-5), y todos los vencedores recibirán vestiduras blancas (3:5; 19:8) y tomarán parte en la cena de las bodas del Cordero (19:6-10).
  • El Rey que regresa aplastará a todos sus enemigos bajo sus pies y arrojará a Satanás, a la bestia (gobierno/gobernantes tiránicos) y al falso profeta (religión/ sacerdotes falsos) al infierno donde serán atormentados por toda la eternidad (20:10). El último enemigo en ser destruido es la muerte, ya que también será arrojada al lago de fuego (infierno), que es la segunda muerte (20:14). Sin embargo, a todos los vencedores se les promete que no sufrirán daño alguno de la segunda muerte (2:11). En cambio, se les dará derecho a comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios (v. 7) y a habitar en la presencia del Padre y del Cordero como sacerdotes en la presencia de Dios (1:6; 5:10; 20:6).

A medida que nosotros vivimos nuestra parte en la trama de Dios, Apocalipsis no elude la realidad de que para el cristiano esta vida es dura y está llena de sufrimiento. Y no se ruboriza ante la posibilidad de que, frente a las amenazas que nos rodean, nos veamos tentados a renunciar y a ceder; a negar a Cristo o a transigir de alguna manera en cuanto a nuestra fe. Pero Apocalipsis no nos deja en la desesperación; sino que, nos invita a ver este mundo desde la perspectiva de Dios, desde su trono en el cielo, y nos muestra la esperanza futura que aguarda a todos los vencedores.

Todos los que perseveren hasta el fin, al continuar viviendo con fe en Cristo, heredarán una eternidad con Dios como sus hijos reales, y servirán como sacerdotes en su presencia por siempre. Por ahora, la forma de vencer las amenazas que enfrenta la Iglesia es mirar a Cristo y anhelar esta herencia futura.


Imagen: Lightstock.
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