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Aplicando maquillaje para la gloria de Dios

Más de Sarah Phillips

Me encantan los productos de belleza. Si me descuido, solo un vistazo en Instagram me lleva a comprar un polvo fijador que cambiará mi vida o un spray voluminizador para el cabello. Me gusta maquillarme y peinarme, especialmente para el trabajo u ocasiones especiales.

No hay nada malo en querer lucir lo mejor posible, ¿verdad?

El costo del rímel

Un sábado por la mañana, me estaba preparando para la boda de una amiga. Durante el proceso de aplicación de maquillaje y peinado, el cual fue cuidadosamente planeado, me di cuenta de que no había empacado un rímel. Sintiéndome malhumorada e irracional, comencé a rebuscar la habitación del hotel tratando de encontrarlo y a hablarle mal a mi esposo cuando sugirió que podía irme sin aplicármelo.

Estaba tan alterada que finalmente mi esposo salió y regresó con uno nuevo de una tienda cercana. Ese momento fue una prueba de idolatría para mí. Mi apariencia era tan importante (¡en el día especial de otra persona!) que me llevó a tratar mal a alguien que amo. 

Aun cuando no estoy actuando de manera irracional en una habitación de hotel, todavía lucho por saber cuál es el lugar apropiado que debe tener el maquillaje y el deseo por la belleza. Aún en la tranquilidad de un lunes por la mañana, cuestiono el valor que le doy al rímel (y al esmalte de uñas, al tónico y al delineador de ojos). Quiero verme hermosa, pero siento una vaga sensación de culpa por tener ese deseo. 

Quiero verme hermosa, pero siento una vaga sensación de culpa por tener este deseo

Parece ser una lucha de muchas mujeres cristianas. Sabemos que Dios “mira el corazón” (1 S 16:7), sin embargo, todavía nos importa la manera en cómo lucimos. ¿Cómo se conectan esas dos cosas? Si creo en el Evangelio, ¿debería mi rutina de belleza estar llena de culpa? ¿De qué manera el evangelio habría cambiado mi respuesta en ese hotel? Necesito el gozo del evangelio para darle una nueva forma a mis actitudes.

Aquí hay cuatro gozos del evangelio para redirigir nuestros corazones a medida que atravesamos por nuestras rutinas de belleza.

1. Dios creó la belleza

Podemos regocijarnos de que Dios es el diseñador y creador de la belleza física. En Cantar de los Cantares leemos muchas referencias al aspecto físico de ambos amantes. La celebración de la belleza física es uno de los temas centrales del libro. Disfrutar de la belleza de otro, en el contexto correcto, es natural y bueno y parte del diseño perfecto de Dios. 

Podemos regocijarnos y dar gracias por la bondad de Dios al crearnos. Él diseñó los contornos de nuestros rostros, la forma de nuestros ojos, la textura de nuestro cabello. Está bien que disfrute encontrar un vestido para la boda de mi amiga y hacerme un peinado en honor a su día especial. Estas cosas celebran y resaltan la belleza única que Dios ha creado. Esta es también la razón por la que puedo experimentar una profunda alegría al ver a la radiante novia caminar por el pasillo y olvidarme de cómo me veo. Soy libre de alabar a Dios por la belleza de mi amiga. 

2. Toda belleza glorifica a Dios

Podemos regocijarnos de que el propósito de la belleza física es traer gloria a Dios. Fui creada, de manera asombrosa y maravillosa, para glorificarlo (Sal 139:14). Es agradable verse bien, pero si estoy preocupada por glorificarme a mí misma al querer lucir lo mejor posible en todo momento, ¿no he perdido el punto de la belleza? Me he vuelto como una flor en un ramo de novia, consumida por mi apariencia, comparándome con las otras flores y olvidándome de que estoy allí para adornar a la novia. 

Cuando la gloria de Dios es mi objetivo final, lucir perfecta no tiene que serlo

En cambio, sabiendo que fuimos creadas para la gloria de Dios, podemos celebrar la diversidad física entre nosotras. La belleza de un ramo está en la variedad de sus flores y la combinación perfecta de color y follaje que trabajan juntos para crear un hermoso adorno. Entonces, aún si mi cabello está encrespado, mi tono de piel desigual o mis uñas sin arreglar, puedo deleitarme sabiendo que todavía tengo un lugar en el ramo de la belleza de Dios. 

Recordar que fui creada, en todos los sentidos, para glorificar a Dios me libera de la esclavitud de mi rutina de belleza. Si olvido mi rímel o no tengo tiempo para rizarme el cabello, está bien. Cuando la gloria de Dios es mi objetivo final, lucir perfecta no tiene que serlo.

3. Dios embellece mi corazón

Podemos regocijarnos de que Dios está creando una belleza eterna mucho más profunda dentro de nosotras: la santificación de nuestras almas. “Aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día” (2 Co 4:16). No debemos desesperarnos cuando nuestro cuerpo cambie o nuestro rostro se arrugue, ya que el Espíritu Santo está trabajando continuamente para crear en nosotros la belleza “incorruptible de un espíritu tierno y sereno” (1 P 3:4). 

Este adorno interior, que crece en carácter y piedad, es la única belleza que perdura en enfermedades y heridas pasadas hasta la vejez y mucho más. Esta es la belleza en la que Dios más se deleita. Dado que estos cuerpos terrenales que habitamos son solo “tiendas” (2 Co 5:1), no necesitamos consumirnos con su apariencia. Al considerar las “cosas que no se ven” (2 Co 4:18), seremos consumidos por la gloria eterna que nos espera y la obra que Dios está haciendo dentro de nosotras. 

¿Cómo podría verse esto en mí? Quizás signifique saltarme mi rutina de belleza antes que mi tiempo devocional cuando estoy tarde. O puede significar que doy dinero a la iglesia con mayor facilidad que para gastarlo en el último producto de belleza “imprescindible”. Detrás de estos pequeños cambios hay un gozo profundo que se encuentra en la búsqueda de la belleza espiritual duradera y en el acercamiento a Cristo.

4. Cristo es sumamente hermoso

Nuestro cuarto y mayor gozo es contemplar la belleza de Jesús mismo. Después de todo, es a Él que apunta toda belleza. Solo su incomparable belleza tiene el poder de cautivar nuestros corazones y robárselos al ídolo de la apariencia. 

¿Qué hace a Cristo impresionante? No es la forma o el aspecto de su rostro (Is 53:2). Es su gracia y humildad, su bondad y sabiduría, su dulzura y fortaleza. Es su amor; el amor que lo llevó a la cruz y le clavó las manos. Yo espero, aunque de manera imperfecta y sombría, poder reflejar este tipo de belleza en mi amor por los demás. 

Con rímel o sin rímel, soy libre, a través del Espíritu, para seguir su patrón de belleza: actuar con humildad, hablar con gracia y mostrar bondad. Soy libre para responderle con amabilidad a mi esposo mientras me preparo en el hotel, o para orar mientras me maquillo. Soy libre para acercarme al invitado de la boda que no parece conocer a nadie, o para saludar a alguien con calidez e interés. La verdadera belleza es ser más como Jesús. 

La verdadera belleza es ser más como Jesús

En el cielo seremos más hermosas de lo que podamos imaginar, pero no nos estaremos admirando. Estaremos demasiado ocupadas mirándolo a Él. Un antiguo himno lo expresa perfectamente:

La novia, su vestido
Allí no mirará,
Sino de su Esposo
La muy hermosa Faz;
Ni gloria, ni corona,
Sino a mi amado Rey
Veré en la muy gloriosa
Tierra de Emanuel.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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