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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de La oración: Experimentando asombro e intimidad con Dios. Timothy Keller. B&H Español.

Anicia Faltonia Proba (murió el 432 d.C.) era una noble romana y creyente cristiana. Tuvo la distinción de conocer a Agustín, quien fue el principal teólogo del primer milenio de la historia cristiana, al igual que a Juan Crisóstomo, quien fue el principal predicador. Nosotros tenemos dos cartas de Agustín a Proba, y la primera (carta 130) es el único escrito dedicado por completo al tema de la oración que alguna vez produjo Agustín. Proba le escribió a Agustín porque temía que no estaba orando como debía. Agustín le respondió con un breve y práctico ensayo.

El primer principio de Agustín es que, antes de saber qué y cómo orar, debes convertirte en una clase particular de persona. “Debes considerarte desolado en este mundo, cualquiera sea la prosperidad de que disfrutas”. Las escamas deben haberse caído de tus ojos y ver con claridad que no importa cuán grandiosas sean las circunstancias terrenales, nunca podrán brindarte la paz eterna, la felicidad, y la consolación que se encuentran en Cristo. Hasta que no tengas la perspectiva clara, tus oraciones pueden estar equivocadas.

Antes de saber qué y cómo orar, debes convertirte en una clase particular de persona.

Aquí se presenta de nuevo uno de los principales temas de la teología de Agustín, aplicado a la oración. Debemos ver que los afectos de nuestro corazón están “desordenados”, fuera de lugar. Las cosas que deberíamos tener en tercer o cuarto lugar son lo primero en nuestros corazones. Dios, a quien deberíamos amar inmensamente, es alguien a quien reconocemos, pero cuyo favor y presencia no es existencialmente tan importante para nosotros como la prosperidad, el éxito, la posición, el amor, y el placer. Hasta que por lo menos no reconozcamos este desorden del corazón y nos demos cuenta de cuánto distorsiona nuestras vidas, nuestras oraciones serán parte del problema, no un agente de nuestra curación. Por ejemplo, si consideramos nuestra prosperidad financiera como nuestra principal fuente de seguridad y confianza en la vida, entonces cuando nuestra riqueza esté en riesgo, clamaremos a Dios por ayuda, pero nuestras oraciones no serán más que “presentarle nuestras preocupaciones a Dios”. Cuando terminemos nuestras oraciones, nos sentiremos más perturbados y angustiados que antes. La oración no nos fortalecerá. No curará nuestros corazones reorientando nuestra visión y ayudándonos a poner las cosas en perspectiva y no nos dará el descanso en Dios como nuestra verdadera seguridad.

Agustín prosigue. Si has resuelto esto, si has comprendido el carácter de Dios y admitido tu desolación lejos de Cristo, entonces, manifiesta Agustín, puedes comenzar a orar. Y ¿por qué motivos deberíamos orar? Con una pequeña sonrisa (me imagino), él responde que tú deberías orar por lo que todos los demás oran: “por una vida dichosa”. Ahora bien ¿qué te traerá una vida dichosa? Si has acogido el primer principio sobre la oración de Agustín, te has dado cuenta de que las comodidades, las recompensas y los placeres en sí mismos solo ofrecen emoción efímera y que, si tu corazón descansa en ellos, solo te traerán felicidad pasajera. Él recurre al Salmo 27:4 y señala la gran oración del salmista: “Una cosa he pedido al Señor, y ésa buscaré: Que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura del Señor Y para meditar en Su templo”.

Esta es la oración fundamental por felicidad de una mente que el Espíritu ha despejado de ilusiones. Agustín escribe: “Es que a Dios le amamos por quien es Él, y [amamos] a nosotros mismos y al prójimo por causa de Él”. Esto no significa, afirma con prontitud, que no deberíamos orar por otra cosa que no sea conocer, amar y complacer a Dios. De ninguna manera. La oración nos muestra que necesitamos muchas cosas. Sin embargo, si nosotros hacemos de Dios nuestro más grande amor, y, si conocerlo y complacerlo a Él es nuestro mayor placer, esto transforma el qué y el cómo cuando oramos por una vida dichosa.


Imagen: Lightstock.
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