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Estudiar en un seminario teológico puede ser una experiencia parecida a la que tuvieron los discípulos de Jesús en el monte de la transfiguración (Mt 17:1-8), en el sentido de que nos llenamos de asombro y maravilla por las cosas que aprendemos durante esos años. 

Sin embargo, cuando la etapa de estudiante termina, nos damos cuenta de que el trabajo en la iglesia no es como la vida en el seminario. Dios moldea nuestro carácter día a día con el martillo divino sobre el yunque del ministerio.

Por más útil y necesario que pueda ser el seminario, hay muchas cosas prácticas que por lo general no te enseña o no puede enseñarte tan bien como necesitas. Me gustaría compartir algunas de ellas en las que he reflexionado deseando que puedan ser útiles para otros también. 

1. Un seminario no te enseña a orar 

Toda la Biblia enseña con claridad que la oración es un elemento esencial en la vida del creyente. Si queremos saber qué tan efectiva es nuestra vida cristiana, debemos observar nuestra vida de oración. Si esto es una realidad para cada creyente, ¿cuánto más para cada siervo del Señor en el ministerio, que debe tomar decisiones que afectarán a toda la iglesia local?

El seminario ofrece buenos recursos y contenidos sobre la oración, pero, al final del día, ningún profesor será responsable de hacer que nos levantemos temprano en la mañana y hagamos de la oración una prioridad.

Es esencial que entendamos que la oración es un arma poderosa que Dios nos ha dado y que Dios se mueve con poder cuando nosotros oramos. Después de todo, orar fue lo único que los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a hacer (Lc 11:1). 

2. Un seminario no te enseña a liderar

Aunque vivimos en la era de la información, se ha creado una crisis de liderazgo y autoridad. Pareciera que, mientras más información consumen las personas, menos capacitadas están para tratar con otros. El mundo evangélico no escapa a dicha crisis. Solo es cuestión de mirar las noticias sobre pastores y figuras evangélicas para darnos cuenta de esto.

Dios moldea nuestro carácter día a día con el martillo divino sobre el yunque del ministerio

En los seminarios hay muchas materias que abordan el área del liderazgo, pero de la información teórica en el aula a la realidad práctica en el ministerio hay un gran abismo que solo se puede cruzar con el puente de la experiencia.

Los pastores debemos ser líderes bíblicos. No es posible desarrollar un ministerio pastoral sin liderar. Una congregación quiere ver a su pastor involucrado en lo que sucede en la iglesia, pues el liderazgo se trata más sobre servir que sobre mandar o, incluso, delegar.

3. Un seminario no te enseña a administrar el tiempo 

Dios concede a Sus hijos veinticuatro horas diarias para que las administremos bien. Mientras estamos en el seminario, la rutina de las clases y las fechas de entrega nos ayudan a organizar el tiempo. Pero una vez que la vida académica termina, el fantasma de la inactividad suele hacer morada en nosotros.

Nuestro tiempo se desvanece en cosas que parecen necesarias para el ministerio, pero que no deberían ocupar los primeros lugares en nuestra lista de prioridades. Por eso te animo a comenzar tu día con oración y planificar tu jornada. Es importante ser perseverante; no importa lo que puedas hacer en un día, sino lo que puedas hacer todos los días.

En especial, controla el tiempo que le dedicas a las redes sociales. Es muy fácil perder tiempo en este tipo de entretenimiento y, al final, no es provechoso para nada. Aprende a decir «no» cuando hay cosas más prioritarias que debes atender. 

4. Un seminario no te enseña a trabajar en equipo

Un pastor no puede ser quien haga todo en la iglesia. Es necesario delegar mucho de lo que hacemos. Un ejemplo claro fue cuando la iglesia en Jerusalén eligió diáconos para que se encargaran de servir las mesas (Hch 6:1-7). Los pastores y diáconos deben aprender a trabajar juntos. También puede ser útil contar con un equipo de trabajo que ayude en la oficina pastoral.

Aprende a decir «no» cuando hay cosas más prioritarias que debes atender

Cuando trabajamos en equipo, debemos entender que no siempre tendremos la razón, porque es muy fácil abusar de nuestra autoridad pastoral para que se haga lo que creemos que Dios nos ha mandado a hacer. Una de las formas en que podemos saber que Dios está guiando una decisión es que llegamos a ella en armonía y de común acuerdo con el equipo pastoral, ya sea por unanimidad o por mayoría.

No te apresures a realizar cambios sin que todo el equipo esté en la misma página. La experiencia demuestra que, si no podemos trabajar juntos, el fracaso está asegurado. 

5. Un seminario no te enseña a administrar el dinero

El trabajo diligente agrada a Dios. Si recibimos un salario de la iglesia donde servimos, honremos hasta el último centavo de nuestros ingresos que llega gracias al sacrificio y el compromiso de la congregación.

Un buen principio económico con el cual administrar el dinero podría ser el «10/20/70»: de cada ingreso mensual, se dedica el diez por ciento a la ofrenda, el veinte por ciento a nuestros ahorros familiares para emergencias, y el restante setenta por ciento debería ser suficiente para vivir hasta el próximo ingreso.

También será importante que aprendamos a alejarnos de las deudas y a llevar un presupuesto familiar. El punto es que haya orden en nuestras finanzas. Si no sabemos administrar las finanzas de nuestra casa, ¿cómo podemos pretender administrar las finanzas de la iglesia?

6. Un seminario no te enseña a cuidar tu salud

El ministerio es una bendición que Dios nos concede mientras estamos vivos; una vez que morimos, se acaba el ministerio. Por lo tanto, si amamos el ministerio debemos cuidar nuestra salud. Debido a que nuestro trabajo suele demandar mucho tiempo leyendo, aconsejando y realizando otras actividades sedentarias del mismo estilo, sería muy bueno que dediquemos tiempo al ejercicio físico.

Es cierto que Pablo dijo que el ejercicio físico no aprovechaba para mucho en comparación con la piedad (1 Ti 4:7-8), que tiene promesas para esta vida y la eternidad. Obviamente, el ejercicio corporal no tiene beneficios para la vida venidera, pero recuerda que tampoco tendremos ministerio pastoral en ella. El cuidado corporal es un asunto de mayordomía y testimonio. Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, por esa razón debemos cuidarlo (1 Co 6:19-20). Además, una de las mejores maneras de mostrar un testimonio de autodisciplina es manteniéndonos saludables y en un peso adecuado.

Si no somos capaces de tener disciplina en un aspecto de nuestra vida que todo el mundo puede ver, ¿cómo van a creer que somos disciplinados en nuestros hábitos espirituales que no pueden ver? 

7. Un seminario no te enseña a cuidar tu familia

Cuando comunicas desde el púlpito cómo instruir a la familia a la luz de la Biblia, se espera que pongas en práctica lo que enseñas. Nuestro principal ministerio no es la iglesia, sino nuestra esposa y nuestros hijos. Debemos cuidar nuestras familias.

Hay cosas que solo se aprenden en el campo de batalla y es triste ver que muchos pastores pierden el deseo de aprender cuando salen del seminario

Sería una buena idea aplicar a nuestros matrimonios la fórmula «(DSR)x2»: DD es por «diálogo diario»; cultivemos el hábito de mantener el diálogo con nuestras esposas cada día. SS es por «salida semanal»; es saludable para el matrimonio tener una salida de pareja una vez a la semana. Finalmente, RR es por «retiro reiterado»; planifica unas vacaciones con tu esposa y duerman fuera de casa, al menos, por un fin de semana al año.

Si tienes un día libre en la semana —que muchos pastores lo tienen—, úsalo para estar con tus hijos y crear recuerdos con ellos. Muchos hijos de pastor recriminan a la iglesia por haberles robado a su papá en la niñez y este sentimiento muchas veces es usado como excusa para alejarse de Dios.

En el campo de batalla

Servir al Señor en el pastorado y ser testigo de cómo Él edifica Su iglesia es una de las bendiciones más grandes que podemos disfrutar. El ministerio es un privilegio difícil de expresar con palabras. Pero el apóstol Pablo también nos advierte nuestra responsabilidad de no ser descalificados (1 Co 9:27). Nuestro deber es dar lo mejor de nosotros en el ministerio y dejar todo en manos de Dios. 

Hay cosas que solo se aprenden en el campo de batalla y es triste ver que muchos pastores pierden el deseo de aprender cuando salen del seminario. Esta actitud ha llevado a muchos a renunciar o ser descalificados del ministerio. Ruego a Dios que nos mantenga humildes y firmes por Su gracia, con las manos en el arado.

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