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Nota del editor: 

Para aprender más sobre la productividad cristiana, mira el libro Aprovecha bien el tiempo (Grupo Nelson, 2020), por Ana Ávila.

“Te dije que esto de la productividad no es lo mío”, se quejó mientras trataba de encontrar su agenda bajo un montón de papeles. “Siempre que intento organizarme, las cosas marchan bien solo unos días. Al cabo de un par de semanas, estoy igual o peor que antes”.

¿Alguna vez has pensado así? “La productividad no es lo mío”. Quizá nunca fuiste ordenado en la escuela y preferías la adrenalina de un par de noches sin dormir para entregar los proyectos a tiempo. Tal vez tus compañeros de trabajo ya están tan acostumbrados a tu impuntualidad que te dicen que las cosas inician 30 minutos antes, solo para que llegues a la hora adecuada.

Lamento si suena un poco duro, pero la productividad no es una opción, sino un mandato. No somos dueños de nuestros recursos, sino mayordomos de los recursos del Señor. Es nuestra responsabilidad utilizar lo que tenemos —no solo el dinero, sino también el tiempo, la energía y las habilidades— de la mejor manera que podemos, para la gloria de Dios y el bien de los demás (1 Co. 10:31).

Si has entendido esto, probablemente querrás ponerte en acción. Vale la pena robustecer tu entendimiento conociendo lo que la Biblia nos dice acerca de la productividad y las tentaciones a las que nos enfrentaremos mientras buscamos ser mejores administradores de nuestro tiempo. Con todo, también es importante empezar a caminar. Tus pasos no serán perfectos (¡los míos ciertamente no lo son!), pero esa no es excusa para no comenzar. Después de todo, Dios utiliza incluso nuestros más torpes esfuerzos para glorificarse.

1) Haz la productividad parte de tu vida devocional.

La vida de productividad es una vida de sabiduría. La Biblia no ofrece indicaciones exactas sobre las tareas que debemos realizar en el hogar y el trabajo, así que es nuestra responsabilidad buscar crecer en sabiduría para obtener discernimiento a la hora de tomar decisiones sobre cómo invertir nuestro tiempo, energía, y habilidades de la mejor manera posible.

La buena noticia es que Dios promete darnos la sabiduría que necesitamos si la pedimos con fe (Stg. 1:5-6). ¡Se nos garantiza la respuesta de esta oración! Si te enteraras de que has ganado un premio de un millón de dólares, no te quedarías en casa para ver si a alguien se le ocurre traértelo… ¡seguramente irías a pedir que te lo entreguen lo más pronto posible! La sabiduría de Dios es infinitamente más valiosa. ¿Por qué no habríamos de buscarla continuamente con fe en oración y a través de la lectura de la Palabra?

Como escribe Tim Keller, “[m]ientras más conozcamos a Dios, más nos conozcamos a nosotros mismos, y más entendamos el corazón humano, el orden de la creación, los tiempos y las estaciones, más sabiduría tendremos para tomar buenas decisiones”.[1]

La vida productiva es una vida de sabiduría

2) No te escondas en la arena.

Las personas que no manejan bien su dinero no se preocupan por cuánto ganan y gastan. No hacen presupuestos. Viven “al día” y abren con terror sus estados de cuenta cada mes, como si alguien más controlara su dinero y apenas se fueran a enterar de cómo lo invirtieron. Ven cómo su deuda —lejos de disminuir— parece hacerse cada vez mayor mientras intentan pagarla con las sobras de su sueldo mensual. Prefieren esconderse en la arena antes que enfrentar la realidad de su situación económica, hacer un control de ingresos y egresos, y diseñar un plan de ahorro para pagar su deuda.

Con el mal manejo del tiempo sucede lo mismo. Sentimos que tenemos demasiadas cosas en el plato, pero no podemos articular exactamente cuáles son. No sabemos cuáles son los proyectos que tenemos en marcha ni su fecha de vencimiento. Vivimos apagando fuegos y respondiendo correos de emergencia porque hemos postergado las cosas importantes una y otra vez. Decimos “sí” a todo sin calcular cuánto tiempo necesitaremos para cumplir con el compromiso y ver si realmente lo tenemos disponible.

Bien dicen por ahí: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Necesitas enfrentarte al “dragón de la productividad”, como lo llama el autor Cal Newport. ¿Qué es todo lo que me abruma? ¿Cuáles son mis responsabilidades en el hogar, el trabajo, y la iglesia? Empieza escribiendo todo en una hoja de papel; luego podrás organizarlo por área de responsabilidad y por fecha de entrega.

Una vez que estén todas las cartas sobre la mesa, podrás empezar a tomar decisiones. ¿Tengo demasiadas cosas o solo estaba haciendo una tormenta en un vaso de agua? ¿Qué puedo delegar? ¿Qué puedo dejar para después? ¿En qué proyectos necesito concentrarme hoy?

3) Planea tu semana.

Vivimos resolviendo lo urgente porque no nos detenemos a planear lo importante. Por ello, es crucial apartar un tiempo regularmente para detenernos —sin importar lo terrible o productiva que fue la semana—, evaluar el avance de nuestros proyectos, y decidir en qué cosas estaremos invirtiendo nuestro tiempo, energía, y habilidades durante la siguiente semana. La idea es evitar empezar el día preguntándonos: “¿Qué debería hacer hoy?”. Planear tu semana te proveerá de un mapa estratégico para avanzar en aquellas cosas que has sido llamado a hacer.

Por supuesto, vivimos en un mundo caído. Por mucho que nos esforcemos, habrá ocasiones en las que nuestros planes se derrumban. La buena noticia es que los planes de Dios jamás son frustrados. Podemos descansar en que, aunque nuestros planes no “salgan bien”, Dios sigue siendo soberano y hace que todas las cosas obren para nuestro verdadero bien (Ro. 8:28).

Hagamos nuestro mejor esfuerzo, sabiendo que los resultados están en las manos del Señor.

4) Despiértate con tiempo.

Algunos piensan que todas las personas productivas son madrugadoras. Esto es un mito. Algunas personas son más creativas y tienen más energía durante las mañanas, mientras que otras son más creativas y tienen más energía durante la tarde o la noche. Eso está bien. En la medida de lo posible, aprovecha tus horas de más alta energía para hacer tus tareas más demandantes.

Aunque no tienes que despertar a las 5 AM todos los días para ser productivo, sí vale la pena que te despiertes antes de que tengas que despertarte. No te levantes de la cama con el momento justo para vestirte y ganarle al tráfico, o con el llanto de un bebé. Despierta al menos unos 15 minutos antes de que empiecen las responsabilidades de la mañana para empezar el día tranquilamente (no reactivamente), revisar tu lista de tareas, y reflexionar un rato antes de ponerte en marcha. También puedes levantarte un poco más temprano e incluir tu tiempo devocional, recordando orar por la sabiduría que necesitas para ser productivo.

Hagamos nuestro mejor esfuerzo, sabiendo que los resultados están en las manos del Señor

5) No uses tu cerebro como almacén.

Mucho de nuestro estrés surge porque tenemos un montón de citas para reuniones, tareas pendientes, y datos importantes almacenados en nuestra cabeza en lugar de en una agenda. Es importante tener un lugar seguro que podemos consultar cuando queremos saber cuáles son las cosas que debemos hacer hoy. Eso nos liberará del casi permanente sentimiento de que “algo se nos olvida”.

Pon tus reuniones en el calendario, tus tareas en una lista, y los documentos e información importante en algún archivo físico o digital. Programa alarmas para recordar consultar tus herramientas y añadirles información. Si haces esto constantemente, utilizarlas no tardará en convertirse un hábito y dejarás de necesitar las alarmas.

6) Reflexiona en tu productividad, pero reflexiona más en el evangelio.

¿Cómo puedo saber que he sido verdaderamente productivo? A muchos nos encantaría tener un examen que nos dijera exactamente nuestra “calificación de productividad” al final del día. Pero los cristianos no somos productivos para alcanzar cierto estándar; no somos productivos para lograr, sino como respuesta a todo lo que Cristo ya ha logrado a nuestro favor.

Está bien preguntarnos al final del día cómo nos fue con el plan que teníamos preparado. ¿Subestimamos el tiempo que nos tomaría completar ciertas tareas? ¿Sucedió un imprevisto que ocasionó que arrojáramos nuestra agenda por la borda? ¿Nos distrajimos con cosas fáciles pero poco importantes en lugar de trabajar en aquello que nos haría avanzar en nuestros proyectos? Hacer estas preguntas e implementar estrategias para mejorar es bueno. Sin embargo, no es lo principal.

Al final del día —sin importar si fui una persona productiva o improductiva— debo recordar el evangelio. El veredicto ya ha sido dado. En Cristo, soy alguien perfectamente productivo delante de Dios. Si al final del día considero que aproveché lo mejor que pude mi tiempo, mi energía, y habilidades, puedo glorificar a Dios por permitirme vivir de acuerdo a lo que ya soy en Jesús. Si al final del día considero que caí en pereza o me afané por querer hacer más de lo que realmente podía, puedo arrepentirme delante de Dios por mi pecado, agradecerle por su misericordia, y pedirle que me llene de sabiduría para poder vivir de acuerdo a lo que ya soy en Jesús el día de mañana.

Los días “buenos” no me hacen sentir superior. Los días “malos” no me derrumban. Soy libre para ser productivo porque soy libre en Cristo Jesús.


[1] Keller, “Sabiduría de Dios para navegar por la vida”, p. 225.

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