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Nadie imaginaba que las puertas de la catedral de la iglesia del castillo de Wittenberg, en Alemania, pasarían a la historia como el lugar en donde inició uno de los movimientos más poderosos que Dios ha provocado en una sociedad.

Martín Lutero clavó allí sus 95 tesis en 1517, con las que invitaba a la iglesia de sus días a discutir el tema de la doctrina de la justificación. El motivo fue la comercialización realizada por el clero de la época a través de la venta de indulgencias. La Iglesia de Roma había caído en una oscuridad doctrinal. Tenía cegada a la población y detenía el avance del Reino de Dios.

La gente necesitaba un urgente regreso a las Escrituras, y Dios se encargó de hacer esa obra integrando a la Reforma protestante a otros hombres como Juan Calvino y Juan Knox, entre otros. La Palabra de Dios fue colocada en el centro de la cristiandad y el evangelio impactó la sociedad.

Una nueva reforma

Casi 500 años después, Latinoamérica está despertando a la verdad de Dios. Parece que una nueva reforma está amaneciendo en nuestros países. El Señor ha levantado predicadores que invitan a la generación joven a responder a la Palabra para que la Reforma pueda llegar no solo a nuestros países, sino también al resto del mundo.

Hay una generación joven que escucha. Esta generación atesora las cinco solas y las doctrinas de la gracia. Son combustibles para su interior. Las almas de estos jóvenes se encienden al ver a los perdidos como ovejas sin pastor. Ellos claman a Dios: ¡Manda obreros a tu mies! Y terminan diciendo: ¡Envíame a mí!

Los mileniales creyentes tenemos la tarea de continuar con el legado de la Reforma en nuestros días. Sin embargo, debemos saber cómo responder a este llamado. Estas son al menos cinco cosas que necesitamos para participar activamente en una nueva reforma:

1. Cultivar el carácter.

En nuestra época de redes sociales, lo relevante para el mundo es la imagen que puedas dar. Sin embargo, la vida no consiste en eso. Lo que de verdad importa es lo que somos. Como dijo D. L. Moody: “El carácter es lo que somos en medio de la oscuridad, cuando nadie nos está mirando”.[1]

Nuestra sociedad se preocupa por lo que aparentamos, pero el énfasis del reino de Dios es lo que realmente somos.

Nuestra sociedad se preocupa por lo que aparentamos, pero el énfasis del reino de Dios es lo que realmente somos. De esto se trata el carácter, que por lo general se relaciona con lo que somos cuando nadie nos ve. El carácter “se diferencia de la reputación de una persona, que no es más que la manera en la que la gente nos percibe, pero que no siempre representa lo que en verdad somos”.[2]

Debemos enfocarnos en trabajar nuestro carácter. Atender nuestro ser interior. Priorizar el reto de trabajar lo que somos para llegar a tener una madurez emocional y espiritual saludable para afrontar la vida con rectitud y exaltar a Cristo por medio de ella. La Escritura es clara en dejarnos saber que Dios planificó formar el carácter de Cristo en nosotros (Ro. 8:29). Por lo tanto, debemos enfocarnos en colaborar en esa labor que el Espíritu está haciendo.

¿Cómo podemos hacer eso? Podemos empezar con la reflexión personal. Medita en las circunstancias que te suceden y en tus propios pecados. Eso debe convertirse en un hábito. Además, es saludable rendir cuentas a otras personas. Esto, sumado a una práctica intencional de aquello que aprendemos en las Escrituras, nos permite cultivar un carácter santo, como nuestro Dios espera.

2. Prepararnos pacientemente en la Palabra.

Esperar es un gran reto para los mileniales. Nos encanta la gratificación inmediata y la buscamos. Cuando se nos habla de esperar el tiempo señalado por Dios para servirle de la manera que Él desea, ¡nos cuesta! Sin embargo, necesitamos paciencia. Es un atributo a desarrollar y que requerimos para lidiar con los retos que nos depara el futuro.

Mientras esperamos el momento apropiado, Dios quiere que nos preparemos. Pablo escribió a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad” (2 Ti. 2:15). Necesitamos un manejo correcto de la Palabra de Dios para suplir necesidades y extender el evangelio.

Esto se logra al invertir tiempo en aprender de la Biblia y cómo manejarla adecuada y fielmente. Busquemos prepararnos teológicamente, creciendo en la doctrina sana. Procuremos el hábito de la lectura, y decidamos crecer en el conocimiento de la Palabra de nuestro Salvador.

3. Servicio fiel en la iglesia local.

El individualismo de nuestra era nos empuja a ausentarnos de la comunidad y alejarnos de cualquier compromiso que tenga que ver con esfuerzo para beneficio de otros. Sin embargo, Cristo espera que sus hijos sean la generación de la toalla y el lebrillo (Jn. 13:5). Una generación que busca el beneficio del prójimo porque sabe que es la manera de mostrar su amor (Fil. 2:4).

Dios espera que la generación milenial de creyentes tenga una sujeción voluntaria y amorosa al liderazgo de la iglesia.

Jesús señaló la relevancia de este amor: “En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros… Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, así como Yo los he amado” (Jn. 13:35, 15:12).

La generación milenial en la nueva reforma se compromete con su iglesia local y sirve de forma desinteresada a esa comunidad.

4. Sujeción amorosa y voluntaria al liderazgo pastoral.

La sumisión a la autoridad es como una especie en peligro de extinción. Vemos el acatar órdenes como sinónimo de humillación y denigración a la dignidad. Nuestra sociedad es rebelde e individualista.

Sin embargo, la Escritura es clara en que debemos sujetarnos a las autoridades establecidas por Dios (Ro. 13:1), incluyendo al gobierno (1 P. 2:13), los padres en la casa (Ef. 6:1), y también al liderazgo pastoral en la iglesia (He. 13:24).

Dios espera que la generación milenial de creyentes tenga una sujeción voluntaria y amorosa al liderazgo de la iglesia. Al hacerlo, respetamos y valoramos su esfuerzo y experiencia, adornamos el evangelio, y honramos a nuestro Dios.

5. Conocer a Dios y caminar con Él.

En la Biblia encontramos a algunos individuos de quienes se testifica que “caminaron con Dios” (ver Gn. 5:22, 24; Heb. 11:5). Ellos tuvieron una vida en la que Dios formaba parte de sus decisiones. El Señor era vital en su diario caminar, y toda generación necesita esto.

El Señor espera que le conozcamos y nos acerquemos a Él. Hay una invitación continua a conocerle. Él es un Dios personal. Esto es tan cierto, que su Hijo se hizo hombre para restituir la comunión del pecador con su Hacedor (Jn. 1:14).

En nuestra espera para ser usados, necesitamos intimar con nuestro Salvador y orientar nuestra vida hacia Él. Somos jóvenes y tenemos mucho por aprender. Dependemos totalmente del Señor para vivir para su gloria y continuar con el legado de la Reforma en nuestros días.


[1] Citado en: Miguel Núñez, Vivir con integridad y sabiduría (B&H Español, 2017), p. 139.

[2] The Greek Testament, citado en: James Macdonald, Comentario Bíblico, p. 968.


Imagen: Lightstock.
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