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En agosto de 1999 mi padre y yo viajamos al estadio Azteca para ver la final de la Copa FIFA Confederaciones. El juego se disputó entre Brasil y México. Para los mexicanos fue una final histórica: México derrotó a los brasileños 4-3. Sucedió hace tiempo, pero todavía puedo recordar cómo vibraban las bancas del estadio con el grito de cada gol.

No me considero un fanático del fútbol, aunque voy a menudo al estadio junto con mi padre a apoyar a nuestro equipo local. Es un tiempo que se disfruta. El refresco helado. La torta de carne asada. Un buen partido bajo el sol, la lluvia, incluso el hielo.

Pero nada se compara a la Copa Mundial FIFA.

Si lo piensas un poco, la Copa del Mundo Rusia 2018 es uno de los eventos más impresionantes en la historia moderna de la humanidad. Por 32 días, 32 naciones se enfrentarán en batallas épicas, con millones de espectadores alrededor del planeta esperando que el esférico cruce la línea de gol. Es un evento en donde se invierten millones de dólares para ver a 22 jugadores golpear un balón. Al final habrá un solo ganador: el campeón del mundo.

Es indudable que el fútbol se puede convertir en un ídolo. Para muchos, lo es. Sin embargo, este evento refleja también al menos cuatro aspectos relacionados con la gloria de Dios que me gustaría resaltar.

La diversidad

En esta Copa del Mundo veremos una diversidad impresionante de naciones y culturas.

La pantalla chica nos recordará que vivimos en un mundo absoluta y hermosamente diverso. Escucharemos los cantos tradicionales de muchas naciones, seremos testigos de danzas, colores, y comida. Los equipos de esta copa hablarán español, inglés, persa, japonés, árabe, coreano, francés, portugués, alemán, croata, danés, islandés, polaco, serbio, sueco, y por supuesto, ruso.

¡Es es el mundo en que vivimos!

En las Escrituras encontramos la expectativa de que las naciones adoren a Dios. El salmista exclama:

“Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben. Alégrense y gócense las naciones, porque juzgarás los pueblos con equidad, y pastorearás las naciones en la tierra. Selah. Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben”, Salmos 67:3-5, RV60.

Por lo tanto, cuando vemos un evento como la Copa Mundial, y nos impresiona, no puede compararse con aquel momento en el que todas las naciones se reunirán para cantar las victorias no de un equipo, sino del Cordero que triunfó sobre la maldad y el pecado.

La Copa Mundial no puede compararse con aquel momento en el que todas las naciones se reunirán para cantar las victorias no de un equipo, sino de Cristo.

La Palabra dice que, cuando la Nueva Jerusalén sea establecida, “las naciones andarán a su luz y los reyes de la tierra traerán a ella su gloria” (Ap. 21:24). ¡Veremos la más grande diversidad cuando estemos con el Señor!

La imagen de Dios

Dios creó a los humanos como portadores del imago Dei, la imagen de Dios (Gn. 1:26). Eso quiere decir que, como dice Wayne Grudem, “somos como Dios y lo representamos”. Aunque después de la Caída (narrada en Génesis 3) la imagen de Dios quedó tergiversada, la humanidad no la perdió por completo (Gn. 9:6). Debido a esto, mostramos la imagen de Dios cuando reflejamos algunos de sus atributos.

Una sonata, un cuadro artístico, una puesta en escena excelente, nos apunta a Dios. De la misma manera lo hace el deporte. La habilidad que tienen los futbolistas para dominar el balón es sorprendente. Quizá hayas visto algún video de los goles más increíbles de la historia. Y algunos de ellos son precisamente eso: increíbles.

Así que, de cierta manera la Copa del Mundo nos apunta a la imagen de Dios, porque en este juego podemos ver a seres humanos creados a Su imagen reflejando destreza, creatividad, inteligencia, acción, determinación, y esfuerzo.

La excelencia

Cuando un niño hace un dibujo para su padre, sin duda el padre lo apreciará. Pudiera incluso decirle a su hijo: “¡Es perfecto!”. Sin embargo, si ese dibujo se compara con la Última cena de DaVinci, todos estaríamos de acuerdo en que el mural del pintor italiano tiene un nivel muchísimo más alto de perfección en cuanto a técnica y belleza.

En el mundo percibimos un rango de perfección que nos apunta a Dios. Mi casa es bonita, pero no se compara con la Sagrada Familia. No es lo mismo el recital de mi hermano pequeño a escuchar la Rapsodia en azul por la Boston Pops.

Tampoco es lo mismo ver un partido callejero de fútbol que la final de la Copa Mundial. En este torneo veremos incontables jugadores intentando, si bien imperfectamente, la excelencia en el juego del balompié.

El nivel de excelencia que vemos en la Copa nos apunta al Dios de la excelencia. Dios, dice Pedro, es glorioso y excelente (2 Pe. 1:3), y nosotros debemos aspirar a serlo.

El nivel de excelencia que vemos en la Copa nos apunta al Dios de la excelencia.

La meta final

Antes de que critiques desmedidamente el deporte, recuerda que al apóstol Pablo le gustaba. En sus cartas menciona las carreras y el boxeo (1 Co. 9:24-27). Él escribe: “¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen”.

Los paralelos que hace el apóstol en 1 Corintios 9 entre el deporte y la vida cristiana son interesantes. Por ejemplo:

  • Muchos compiten, pero no todos ganan (v. 24).
  • La meta debe ser ganar el premio (v. 24).
  • Para lograrlo, hay que abstenerse de ciertas cosas (v. 25-26).

En la Copa del Mundo veremos a deportistas hacer todo lo posible por levantar el trofeo. Pasarán 90 minutos o más corriendo de un lado a otro con la esperanza de finalmente alzar la copa. Es una copa de oro. Es una copa hermosa. Pero al final, es una copa corruptible.

Con el cristiano es diferente. También corremos; “pero nosotros”, dice Pablo, recibiremos un premio “incorruptible” (1 Co. 9:25).

El 15 de julio, el equipo vencedor levantará la copa del mundo y será el campeón mundial. Seguramente será un evento emocionante, incluso inolvidable para la nación ganadora.

Pero no puedo evitar pensar en que el cristiano también “juega” en un estadio lleno de testigos (Heb. 12:1), cuyo final no es recibir una copa, ni tampoco una corona, sino el premio de contemplar a Aquel quien es el verdadero Campeón del mundo. Él derrotó para siempre la maldad y nos brinda una vida eterna mucho más sublime que todas las copas del mundo combinadas.


Imagen: FIFA.
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