¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Tres peligros de predicar en la era digital

Nuestra relación con la cultura es de reciprocidad, de formación mutua. Los aparatos, tecnologías, y redes importantes que hacemos abren nuevas oportunidades, vuelven comunes las nuevas expectativas, y dan a luz nuevas presiones. En general somos inconscientes de estas presiones, pero son poderosamente formativas. Creamos cultura, y la cultura, a la vez, nos crea.

Como una pequeña ilustración, considera el efecto del correo electrónico en el trabajo. Podemos comunicarnos instantáneamente desde cualquier lugar en una manera eficiente y coordinada (oportunidades). Esta habilidad eleva la valla de lo que sentimos que deberíamos lograr, refuerza nuestro sentido de control sobre nuestras vidas e introduce nuevos códigos de comportamiento (expectativas). Pero también hay presiones: la obligación a responder inmediatamente, la culpa de no estar disponible, los sentimientos de impotencia y soledad cuando estamos desconectados, la sensación persistente de que en verdad no estamos fuera del trabajo. Después de todo, las cosas no son tan simples.

Una parte integral del ministerio involucra ayudar a los cristianos a reconocer cómo nuestra cultura nos está formando, para que así intencionalmente busquemos una formación moldeada por el evangelio en la cultura que nos toca vivir. Los pastores debemos preguntarnos: “¿Cómo puedo ayudar a la iglesia a discernir las fuerzas de nuestra cultura?”. También debemos preguntarnos: “¿Cómo moldean las fuerzas de la cultura la forma como ministro?”

La predicación en la era digital

La revolución digital ha introducido todo tipo de beneficios. Por ejemplo, la posibilidad de grabar sermones significa que la Palabra de Dios y nuestras palabras pueden llegar más lejos de manera más rápida que antes. Al preparar un sermón, podemos oír cómo otros predicadores a través del mundo han manejado un pasaje y aplicado a su contexto, enriqueciendo nuestra apreciación y apropiación de la Escritura.

Pero la digitalización de la predicación también ha tenido consecuencias incidentales y, a veces, desconocidas. La recepción de la Palabra ha sido separada de la reunión física de la iglesia. Los cristianos a menudo son “pastoreados” por pastores que nunca han conocido. Y esta dinámica ha ayudado a crear la suposición de que la iglesia simplemente existe como una productora de contenido con predicadores como proveedores de bienes.

La llegada del MP3 ha creado oportunidades y moldeado las expectativas en la predicación. Y en este ambiente han emergido nuevas presiones.

Tres puntos de presión

Los pastores han sido llamados a proclamar la eterna Palabra de Dios. Pero en una era digital, son nuestras palabras las que se sienten eternas. Son grabadas; son transmisibles; aparentemente duran para siempre. Y ese patrón introduce un número de presiones –la mayoría inconscientes– a la tarea pastoral. Aquí hay tres:

1. La presión de la perfección

En el pasado, las palabras al predicar salían del púlpito hacia aquellos reunidos, hacían eco en las paredes y se desvanecían hasta el silencio. Entregar y recibir un sermón era una experiencia transitoria. Ahora, los sermones persisten a través del tiempo al quedar en forma digital. Esa permanencia magnifica la ansiedad que muchos predicadores ya experimentan: “Si doy mal este sermón, estará mal para siempre”.

Un buen sermón puede mantenerse como un monumento a tu sabiduría pastoral. Un mal sermón humea como un recordatorio de tu insuficiencia, llevando la presión del siguiente día a un nuevo nivel. Los predicadores siempre han estado tentados al orgullo y la desesperación, pero cuando tus palabras son permanentes, la idolatría hacia los sermones puede manifestarse en nuevas formas.

2. La presión de la exhaustividad

El ser conciso es una habilidad que se aprende. Todo predicador –especialmente los principiantes– tratan de eliminar las referencias exegéticas y aplicaciones que fascinan y edifican, pero que inflan un sermón. El deseo subyacente de fidelidad al texto es bueno, pero el resultado a menudo es menos que útil.

Pero cuando un sermón existe para siempre, la presión para decir todo lo que puede decirse se intensifica. Empezamos a pensar, por ejemplo, que en lugar de dar un sermón sobre el Salmo 22, debemos dar el gran sermón del Salmo 22. “Es mi única oportunidad de darlo bien. Es el sermón que recomendaré cuando la gente me pregunte sobre este pasaje. Así que necesito decirlo todo.”

Entonces, cada sermón se convierte en un mensaje autónomo potencial, capaz de ser removido de la serie de enseñanzas que lo precedieron y siguieron. Y esta dinámica magnifica la presión de tratar un texto exhaustivamente en formas que pueden privar a un sermón de su efectividad.

3. La presión de la universalidad

Los sermones grabados pueden viajar alrededor del mundo y ser recuperados años después de su primera entrega. Esa es una bendición extraordinaria. Pero puede llevar a un cambio de nuestro público objetivo. En lugar de predicar para nuestra iglesia local, predicamos con los oyentes digitales en mente. Por lo tanto, pensamos que el sermón debe ser sin fronteras cultural y geográficamente. Sin que el paso del tiempo lo afecte. Necesita poder aplicarse a una persona a cinco años en el futuro y a quien lo descargue a miles de kilómetros de distancia.

Pero esta percepción va en contra de uno de los principales propósitos de la predicación, debido a que descontextualiza la aplicación de la verdad de Dios del tiempo y lugar en particular en que vivimos. Es bueno buscar ser comprensible, pero no a costa de sacrificar lo que es importante para a nuestro rebaño. Tratando de buscar la universalidad, terminamos quitando a las ovejas a nuestro cuidado del consuelo, advertencia y llamado al discipulado que necesitan oír.                  

Combatiendo la presión

La mayoría de nosotros no nos inclinamos conscientemente a estas presiones. Son, simplemente, parte de vivir en un mundo donde nuestras palabras tienen la ilusión de eternidad y permanencia. Pero debemos combatir conscientemente las presiones si es que queremos mantenernos fieles a nuestro Señor, a nuestra gente, y a nuestra tarea.

Esto significa que como predicadores debemos entender el potencial formativo de la tecnología que usamos, la propensión de nuestro corazón y nuestro llamado como pastores.

Debemos batallar contra la presión de la perfección con el reconocimiento humilde que nuestro estatus es dado por Dios en Cristo, no obtenido a través de nuestra grandeza homilética. Debemos batallar contra la presión de la exhaustividad observando todo el panorama: viendo a los sermones no como banquetes absolutos sino como una (potencialmente olvidable) comida que, a través de la obra del Espíritu, pueda alimentar a los creyentes en el largo camino de la madurez. Debemos batallar contra la presión de la universalidad privilegiando a la iglesia local y pastoreando al rebaño entre nosotros (1 Pe. 5:2) a través de prédicas sabiamente contextualizadas.

¿Deberías seguir grabando tus sermones? Claro, pero hazlo como un mayordomo de la Palabra eterna, y no como la fuente de ella.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Harold Bayona.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando