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¿Qué es lo que los ha mantenido a ti y a tu cónyuge unidos a través de los años?

Hace un tiempo hicimos esta pregunta a cada matrimonio en nuestro estudio bíblico. La mayoría de parejas respondieron algo como, “Solamente la gracia, la bondad, y la misericordia de Dios”.

Y es que cuando nos ponemos a pensar, nos damos cuenta lo difícil que es el matrimonio. Dos personas pecadoras; dos mundos diferentes, viviendo, conviviendo, y tratando de tomar decisiones juntos. Añádele a eso las circunstancias externas que traen tensión al matrimonio y verás que realmente la respuesta después de unos años de casados es que ¡solamente la gracia, la bondad, y la misericordia de Dios nos ha podido mantener juntos!

Meditar en esto nos lleva a comprender que Alguien infinitamente más fuerte y grande que nosotras sostiene nuestros matrimonios, a pesar de nuestra humanidad. Cuando estamos en Cristo, nuestros matrimonios no comienzan aislados del cuidado del Señor. Dios no dice el día de nuestra boda: “Bueno, ya se casaron, ¡ahora vean ustedes cómo aprenden a vivir juntos!”. ¡No! El Señor dice que el matrimonio es bueno; que lo que Él une no debe ser separado (cp. Mt. 19:6).

En toda la Biblia vemos a un Dios cercano, íntimo, amoroso, y cuidadoso con su pueblo, aun cuando le falla continuamente. Allí me pongo yo, allí pongo a mi matrimonio. Yo le fallo al Señor y mi esposo le falla al Señor; nuestro matrimonio le falla muchas veces al Señor; pero desde el día en que nosotros venimos delante de Él prometiendo estar unidos hasta que la muerte nos separe, Dios nos ha sostenido, nos ha guardado, nos ha cuidado, nos ha provisto, nos ha perdonado, nos ha cambiado (y lo sigue haciendo), nos ha mostrado su paciencia, y nos ha mostrado su poder.

Claramente, el Señor es el autor del matrimonio, y por lo tanto Él no nos dejará solos o sin dirección.

Armas para nuestra lucha

Como autor y el sustentador de nuestros matrimonio, Dios nos ha dado armas para luchar; para pelear por nuestro matrimonio. Ojo, no son armas para pelear uno contra otro, son armas para pelear juntos, por nuestro matrimonio.

Quizá aquí quieres dejar de leer, porque dices “Ah, si tan solo mi esposo quisiera luchar por nuestro matrimonio en lugar de estar peleando conmigo todo el día”. Te invito a que, incluso en medio de esa difícil situación, te quedes conmigo y sigas leyendo.

Si tú eres la única que siente el deseo y la necesidad de luchar por tu matrimonio en este momento, Dios te dice “Aquí estoy, no te suelto. Tu esposo no está contigo en esto, ¡pero yo si!”. Yo veo estas palabras en toda la Biblia; Dios mostrándose con y a favor de sus hijos, quienes desean seguirle aun cuando duele luchar.

Estas son algunas de las armas que Dios nos da para pelear a favor de nuestros matrimonios. Al leer, recuerda que no estamos solas al usar estas armas. Tenemos al Espíritu Santo, quien nos capacita para la obra a la que Dios nos llama, quien nos da nuevas fuerzas y poder para ver a Cristo exaltado en nuestra vida y el fruto en nuestro matrimonio e hijos. 

1. Nuestras palabras

“Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona”, Colosenses 4:6.

Muchas veces no logramos entender el poder que tienen las palabras, cuánto tú y yo podemos destruir o construir a nuestro cónyuge con las cosas que le decimos y cómo las decimos. En el libro de Santiago vemos cómo la lengua tiene el poder para destruir, y que si somos sabios podemos refrenar todo nuestro cuerpo si tan solo refrenamos nuestra lengua (cp. Stg. 3).

El Espíritu Santo nos puede guiar y dar el poder para eliminar de nuestra boca esos patrones destructivos con los que nos dirigimos a nuestra pareja. Cuando comenzamos a establecer patrones de comunicación de respeto, puede ser un poco extraño: “Esta no es la manera en la que hablo, nos sentimos raros cuando nos hablamos así”. Pero a medida en que tú y tu cónyuge confían en el Señor y le obedecen, hablándose con amor, gracia, y respeto, ustedes estarán creando patrones que luego se convertirán en maneras naturales de hablar.

2. La sabiduría de Dios

“El principio de la sabiduría es el temor del Señor; Buen entendimiento tienen todos los que practican Sus mandamientos; Su alabanza permanece para siempre”, Salmo 111:10.

Solemos creer que estamos haciendo las cosas bien, que no necesitamos que nadie nos diga cómo vivir con nuestro esposo. Pero el Señor nos dice otra cosa: que Él es la fuente de sabiduría y que Él da sabiduría a todo aquel que la pide (Stg. 1:5). Necesitamos sabiduría divina.

Reconocer esto requiere humildad, y a nosotras muchas veces no nos gusta la humildad; somos orgullosas. Pensamos que tenemos todo bajo control y que podemos por nosotras mismas. Pero la realidad es que nuestra fuerza debe provenir de afuera, del Señor quien nos llama a pedirle y a humillarnos delante de Él para decir, “Señor yo no puedo, no sé cómo hacerlo. Te necesito; necesito tu sabiduría para ver cómo estás permitiendo estas circunstancias difíciles o este cónyuge difícil para tratar conmigo y cambiarme a mí”. El Señor se agrada cuando buscamos su sabiduría en lugar de andar en la nuestra.

3. La humildad

“Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallaran descanso para sus almas”, Mateo 11:29.

Como dije antes, los seres humanos por naturaleza no somos humildes. Pero los que estamos en Cristo siempre tenemos esperanza. Por el Espíritu Santo viviendo en nosotras, podemos mirar a Cristo e imitarlo a Él. Jesús es el perfecto ejemplo de la humildad, quien voluntariamente se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y como oveja que no abrió su boca fue llevado al matadero.

Jesús caminó y se entregó en humildad. A esta humildad, como quienes tienen el llamado de imitarlo a Él, somos llamadas nosotras.

Jesús nos llama a venir a Él, a verlo a Él, a llenarnos de sus fuerzas para imitarlo a Él, y a ser humildes en nuestro matrimonio. En Cristo podemos ser humildes al pedir perdón con sinceridad, al recibir perdón con amor de nuestro cónyuge, y a hablar con mansedumbre sobre las cosas que nos molestan del otro.

Sé que suena difícil —muchas veces imposible— pero no minimicemos el poder del Espíritu de Dios en quienes Él ha salvado por pura gracia y misericordia. Creámosle a Él y sometámonos a Él. ¡Sus caminos son mejores!

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