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Empecé mis estudios en la facultad de psicología en 1991. Era un joven de 18 años ilusionado y convencido de que la psicología podía ayudar a la gente y podía ayudar a la iglesia del Señor. Cuando hablaba de ello con pastores, amigos, y líderes cristianos, todos me animaban y me aconsejaban libros sobre cómo integrar la psicología y la fe: “Será muy bueno para ti y para la iglesia”, “¡Ánimo! Necesitamos cristianos que sean psicólogos”, “Toda la verdad es verdad de Dios, no estamos en contra de la ciencia”.

No recibí ni una sola palabra de advertencia, pero pronto pude sentir el ateísmo que inundaba el aula. Gracias al Señor me agarré fuertemente a mi Biblia para mantenerme a flote, tomar aire, y seguir buceando en un mar de humanismo. Dios me sustentó. Recuerdo que en el último año de carrera un compañero me preguntó: “David, ¿tú no eras cristiano? ¿Aún lo eres después de lo que has escuchado?”. Aún hoy me sigue sorprendiendo que algo tan evidente a ojos de un joven ateo no sea percibido por los ojos de muchos cristianos. El gran esfuerzo que algunos hacen por justificar la integración de la psicología y la fe no es, me parece, sino la mayor evidencia de cuán incompatibles son.

Busqué respuestas en los libros de “psicología cristiana”, pero me sonaban a la misma psicología secular, con algunos versículos bíblicos espolvoreados por encima. En medio de mi desorientación, mis padres recordaron una crítica que escucharon años atrás sobre la “consejería noutética”, un modelo que deseaba ser netamente bíblico. A partir de ahí empecé a leer a Jay Adams, Wayne Mack, John MacArthur, David Powlison, Tedd Tripp, y Ed Welch, entre otros, y en un cambio radical de cosmovisión adopté la consejería bíblica, y Dios me llamó al ministerio. 

En la providencia del Señor, diez años después de entrar en la facultad de psicología me preparaba para aprender teología. Junto con mi esposa Elisabet, y ya con nuestro primer hijo Moisés, nos mudamos a Norteamérica para estudiar en el seminario Westminster. Entonces sí que llegaron las advertencias, y algunas fueron muy vehementes: “Cuidado con el seminario”, “Ya sabes que la doctrina divide”, “La letra mata, pero el espíritu vivifica”, “No es tan necesario, ¿no te parece?”, “Westminster ¿es antipsicología, no? ¡A ver qué te enseñan ahí!”. Cuanto más lo recuerdo, más psicodélico me parece. Es como aconsejarle a tu hijo que no beba del “vaso teológico” porque el cristal pudiera estar sucio… pero animarle a beber del “vaso psicológico” invitándole a separar el agua del veneno con la lengua mientras va tragando. 

Sé que el tema es profundo, y este artículo es pequeño. Quisiera con la ayuda del Señor escribir más en el futuro sobre otros asuntos relacionados con este, pero en un espacio tan breve solo deseo compartir algunas advertencias que yo no escuché en su día. Es necesario recalcar que al hablar de psicología me refiero a la clínica, a las psicoterapias, al intento del hombre por tratar los asuntos del alma. Hay otras aplicaciones, por ejemplo, en el campo de la educación o la empresa, con las que no tenemos conflicto. Usamos las observaciones de la psicología al ayudar a un niño en su proceso de aprendizaje, o en la selección de personal en una empresa. Otras ramas de la psicología están más cerca de la fisiología o la biología. El conflicto se produce cuando la psicología pretende responder a aquello que la Palabra de Dios responde. Entonces los temores, las ansiedades, y las tristezas del alma son medicadas como asuntos meramente orgánicos, o encaminadas con alguna de las muchas psicoterapias, que son el intento de sanar mediante la conversación según las filosofías de vida del mundo. 

Esas psicoterapias son las que llamamos coloquialmente psicología, o psicologías —con “p” minúscula y en plural, como prefiero llamarlas dada su falta de acuerdo—, y representan el esfuerzo del hombre por cambiar al hombre con los recursos del hombre. Son más de 400 filosofías de ayuda, que expresan el desesperado intento de la humanidad por repararse a sí misma. El esfuerzo es loable, pero intentar entender al ser humano aparte de la Revelación de Dios es como intentar leer un idioma desconocido. El humanismo puede contentar a los incrédulos, pero no debiera satisfacer a los creyentes, y espero que estas letras nos hagan pensar sobre las repercusiones de dejar entrar las psicologías en nuestras vidas y en nuestras iglesias. Podríamos hablar largo y tendido sobre si las psicoterapias funcionan como una medicina para el alma o más bien como una droga, pero lo que es seguro es que vienen sin prospecto y causan serios efectos secundarios. 

Advertencia 1: La psicoterapia te aleja gradualmente de las Escrituras  

La cultura psicológica que nos rodea es titánica, y en el caso de acabar entrando en la iglesia la inundación puede ser irreversible. Conferencias, publicaciones, retiros, entidades, y un sinfín de eventos introducen el discurso psicológico en las iglesias y en los púlpitos. A la psicología poco a poco se le atribuye más autoridad y mayores competencias. La sabiduría humana va reemplazando la sabiduría divina. La ansiedad, el temor, o las relaciones familiares dejan de ser asuntos espirituales para pasar a ser problemas psicológicos, y los cristianos van buscando respuestas fuera de la Palabra, y ven la Biblia cada vez más como un libro lleno de buenos consejos pero sin soluciones para los retos de la vida. 

Pero la psicología tiene apenas doscientos años de existencia. ¿Cómo ha tratado siempre los asuntos de la vida la iglesia del Señor? Si en los momentos turbulentos la iglesia busca dirección en las filosofías de ateos como Freud, Rogers, o Skinner, es señal de que necesitamos urgentemente una nueva Reforma que redescubra la suficiencia de la Palabra de Dios. Sin embargo, la consejería bíblica aboga por el sola Scriptura de los reformadores (2 Ti. 3:16-17), porque aquello que llamamos “consejería bíblica” supone ministrar la Palabra de Dios en privado. 

Si bien la predicación y la enseñanza tienen una función formativa, la consejería bíblica tiene un rol curativo. La consejería bíblica supone el reto de predicar la Palabra en medio de la tormenta, de tal modo que encontremos en Cristo todo el sentido, consuelo, y dirección que el alma necesita. La consejería bíblica pregona el sola Scriptura, y la iglesia que practica la consejería bíblica crece más y más en su apetito por la Palabra de Dios al ver su riqueza y trascendencia para los asuntos cotidianos (2 Pe. 1:3). 

Advertencia 2: La psicoterapia estorba seriamente la santidad 

No hemos sido redimidos para vivir vidas felices, sino para vivir vidas santas y dedicadas al Señor (1 Pe. 1:15). Todos queremos ver iglesias que crezcan en santidad, pero muchos son los obstáculos que el enemigo, el mundo, y nuestra propia concupiscencia lanzan a nuestros pies para hacernos tropezar. En medio de las dificultades, Dios usa el sufrimiento de una forma muy especial para purificarnos al mostrarnos los ídolos que escondemos en el corazón, y al renovar nuestras fuerzas con su Espíritu. 

Pero vivimos en una época muy impaciente y hedonista. La idea de proceso de cambio produce aversión, y dejarse arrastrar por las rápidas respuestas de la industria psiquiátrica supone una gran tentación porque la meta de las psicologías es la felicidad. Con una etiqueta diagnóstica, la persona halla una explicación rápida y plausible a su dolor. Pero el etiquetaje victimiza y aleja a los cristianos de las respuestas bíblicas. 

En las iglesias parece haber, por tanto, cada vez menos pecadores y cada vez más enfermos que se han refugiado en la cosmovisión psicológica de sus experiencias. Ese rol pasivo ante la vida nos aleja de la santificación para la cual fuimos comprados, y la lucha contra el pecado es sustituida por psicoterapia. 

Sin embargo, allá donde la consejería bíblica está presente, Dios es el centro de la ecuación. Los síntomas físicos se tratan con compasión, y la responsabilidad humana es encarada con valentía. La meta del cristiano sigue siendo la misma a pesar de las emociones y circunstancias, y el creyente comprende que debe seguir creciendo en santidad aun en medio de su fragilidad. Como Job en su dolor, como José en prisión, como Daniel en el exilio, somos llamados a dar gloria a Dios aun en la adversidad sin dejar que nuestra historia excuse nuestra conducta. El vocabulario bíblico nunca nos mueve a la pasividad o el victimismo, sino al deseo de reconocer nuestras debilidades, nuestras culpas, y nuestras pruebas, y en medio de ellas confiar en Jesucristo al ir hacia la meta en el poder del Espíritu. La consejería bíblica, en tu vida y en tu iglesia, estorba la carnalidad y fomenta la formación del carácter de Cristo.  

Advertencia 3: La psicoterapia mina profundamente el ministerio pastoral 

En mi juventud pensé que la psicología sería una gran ayuda para el ministerio de los pastores. Pero es más bien todo lo contrario. No lo alimenta. Lo devora. Hace unos años visité un pastor conocido en Estados Unidos. Durante el almuerzo, él y su esposa me contaban lo bien que estaban en su iglesia. “La gente es muy amable y simpática —decía ella—. Estamos muy felices aquí”. Parecían estar viviendo un ministerio de ensueño. Ella añadió: “Son tan amables. Nuestra gente nunca nos dice sus problemas”. Eso me inquietó. Por la tarde me pasearon por las instalaciones del precioso edificio que habían construido, y en la zona de despachos mi mirada se clavó atónita sobre el rótulo de una de las puertas: “Psychologist”. 

En las iglesias donde la psicología ha hecho su nido, el pastor va perdiendo terreno en su labor de cura de almas. A algunos no les molesta, pero muchos otros lo viven con frustración al ver cómo el intrusismo del psicólogo les va dejando fuera de la vida de sus feligreses. El llamado “secreto profesional”, versión secular del secreto de confesión, cierra la puerta a cualquier exhortación pastoral o disciplina eclesial que pudiera ser necesaria, al desautorizar a los líderes que Dios ha puesto en la congregación (Heb. 13:17). 

Ante esta inundación psicológica, muchos pastores reemplazan la cura de almas por el evangelio social, sucedáneo de la tarea pastoral que han abandonado en manos de los psicólogos. El mito de la integración no ha llevado la Biblia a las facultades de psicología, pero sí ha introducido en los seminarios el DSM, el manual de diagnósticos psiquiátricos. 

Muchos siervos del Señor se sienten incapacitados y frustrados al no poder desempeñar bien su tarea, y cansados de derivar sus ovejas al “psicólogo cristiano” más cercano, acaban viéndose abocados a estudiar psicología ellos mismos. Pero allá donde la consejería bíblica resurge, el pastor apacienta las almas que Dios le ha encomendado (1 Pe. 5:2). Allá donde la consejería bíblica abunda, el pastor habla a los corazones de sus hermanos tal como la iglesia del Señor ha hecho a lo largo de los siglos, exponiendo las Escrituras (Heb. 4:12). 

Usemos los recursos de Dios

Querido hermano, prosigamos adelante en la tarea de “hacer discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:19), lo cual implica la evangelización de los pueblos y el establecimiento de iglesias sanas. Pero la gran comisión también implica enseñar a guardar “todas las cosas que el Señor nos ha mandado” (Mt. 28:20). Esa tarea supone enseñar lo que el Señor nos dijo sobre cómo lidiar con la ansiedad, cómo vencer el temor, cómo vivir en el matrimonio, como afrontar el sufrimiento, la ira, el perdón, la tristeza, y cómo aplicar la Palabra a nuestras vidas de forma cotidiana. En esta hermosa tarea de edificar la Iglesia de Cristo, tengamos siempre a Cristo como el centro de todo. 

Seamos precavidos. Las psicologías son filosofías de ayuda que representan el esfuerzo del hombre por cambiar al hombre, y se nos presentan como aquellas “filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” de las que nos advierte el apóstol Pablo (Col. 2:8). 

Sin embargo, la consejería bíblica supone ayudar al hombre con los recursos de Dios. Aconsejemos con la Palabra, para ver cómo la consejería bíblica vigoriza a la iglesia y la llena de compromiso, cómo nos hace crecer en santidad y nos aleja del victimismo y el letargo espiritual, y cómo llena a los pastores de una confianza renovada en su labor. Que todos con pasión y compasión llevemos a cabo la labor que el Señor nos encomendó, y para la cual nos compró con su sangre preciosa.


Imagen: Lightstock.
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