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En medio de los cambios de pañales, los platos sucios y la ropa por lavar es fácil olvidarnos de en dónde encontramos la esperanza que necesitamos: en Cristo. Su vida, muerte y resurrección provee esa esperanza que transforma nuestra maternidad.

En su libro Esperanza para el corazón de una madre (Editorial Portavoz, 2022), Christina Fox nos alienta a poner nuestros ojos en Jesús en cada aspecto de nuestra maternidad.

Las siguientes citas del libro nos recuerdan la importancia de poner nuestros ojos y afectos en Cristo al llevar a cabo nuestro llamado como madres:


Cuando intento controlar mi vida y el caos involucrado en la crianza y me inquieto y preocupo de que la maternidad es mucho para mí y soy muy débil, he olvidado a la fuente de vida y esperanza (p. 47).

La gracia de Dios nos entrena a dar muerte a nuestros deseos pecaminosos y nos está ayudando a ser madres que tienen control de sí mismas, y son honestas y piadosas›› (p. 54).

La obra de Jesús transforma nuestro trabajo y lo santifica. Su obra abre el camino para todo lo que hacemos; lo visible y lo invisible, lo ordinario y lo espectacular, lo aburrido y lo interesante, lo fácil y lo difícil (p. 54).

Podemos trabajar arduamente en nuestra maternidad por lo que Jesucristo hizo por nosotras (p. 53).

En nuestras circunstancias desesperadas, Cristo es nuestra esperanza (p. 47).

Cuando me esfuerzo en la maternidad separada de Cristo, me he olvidado de quién Él es y lo que ha hecho (p. 47).

Cuando nuestras expectativas fallidas nos afectan y la maternidad nos abruma, necesitamos encontrar nuestra esperanza en quien Cristo es (p. 40).

Cristo debe estar en primer lugar y ante todo en nuestras vidas. Él debe reinar supremo sobre todos nuestros pensamientos, deseos, lealtades, motivaciones y acciones (p. 21).

Aunque resisto sentirme desesperada es justo ahí donde Cristo me ha llamado a estar. No vino por aquellos que tienen todo bajo control, los que lo saben todo y los que no necesitan ayuda (p. 45).

Cristo vino a rescatar y redimir a aquellos que son como yo, los desesperanzados (p. 45).

El problema con la preocupación es que fija nuestra mirada en lo que está pasando (o en lo que puede llegar a ocurrir) y no en Aquel que gobierna sobre todo (p. 60).

Cuando sentimos el peso de nuestro pecado como mamás, es bueno. Dios está obrando en nosotras. Él nos está mostrando nuestro pecado para llevarnos al arrepentimiento, y para que aprendamos y seamos transformadas por Su gracia (p. 68).

El buscar descansar en Cristo es una postura de nuestro corazón. Es algo que hacemos 24/7. Es la condición del corazón en la cual siempre estamos dependiendo del Señor y confiando en que Él es nuestra vida y salvación (p. 80). 

Cuando Él es nuestro enfoque en vez de la lista de quehaceres, podemos encontrar gozo en los días más agotadores y ocupados (p. 80).

Dios no pone interrupciones y eventos inesperados en nuestras vidas sin un propósito, sino que los usa para transformarnos (p. 94).

Necesitamos tener días que no van conforme a nuestro plan. Necesitamos que nuestros planes sean cambiados por intervención divina, porque estos abren nuestros ojos a ver nuestra necesidad de Jesús (p. 95).

La falta de contentamiento es idolatría. Es buscar nuestra vida y esperanza fuera de Aquel que nos creó para Él (p. 100).

El remedio para nuestra falta de contentamiento no se encuentra en tener algo nuevo, o en algún cambio. No se encuentra en nuestros sueños realizados, sino en Jesucristo (p. 101).

Nuestros hijos no se convierten en pecadores después de cometer su primer pecado; son pecadores desde su concepción (p. 107). 

Tenemos que contar el evangelio a nuestros hijos cuando se sientan, caminan, se acuestan y se levantan. En todo momento y en todo lugar, debemos apuntar a nuestros hijos al evangelio (p. 110).

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