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¡Fuimos creadas para servir a Dios y a los demás!

El lugar que Dios ha dado a la mujer en Su historia de redención es asombroso. A lo largo de toda la Biblia podemos verla cumpliendo múltiples funciones y ocupando lugares claves para el avance del reino de Dios.

El Creador nos diseñó de manera especial para que podamos servirle, permitiéndonos ser parte de una gran cadena de mujeres que, generación tras generación, se ponen en Sus manos con el mismo corazón humilde que tuvo María cuando exclamó: «Aquí tienes a la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lc 1:38).

Mujeres de influencia: El legado de una mujer virtuosa (B&H Español, 2022) es un libro que tiene por objetivo enseñarnos cuál es el lugar que Dios ha dado a las mujeres en Su plan de salvación, incluyendo el momento en que nos encontramos, como parte de la iglesia de Cristo.

Las siguientes citas extraídas del libro expresan algunas verdades relacionadas con este tema:


El primer principio que las mujeres cristianas debemos recordar es que somos siervas y Jesucristo es nuestro modelo (p. 1).

No podemos liderar a menos que seamos obedientes a la voz del Señor, a pesar de lo que otras mujeres digan (p. 2).

Tener el don de liderazgo no es suficiente para liderar. Hace falta un carácter probado, tener un caminar con el Señor y un espíritu humilde y sumiso (p. 2).

La mayoría de las mujeres de la Biblia no fueron frágiles y calladas sino que, por el contrario, fueron valientes y decían lo que pensaban sobre los temas de sus días (p. 10).

La ayuda idónea es un rol elevado y extraordinario; no es un rol inferior. Parte de nuestra identidad como mujeres es ser fuertes, rescatadoras y valientes (p. 14).

Además de vivir nuestro rol de «ayuda idónea» en nuestros matrimonios, este rol se extiende más allá de nuestro hogar (p. 15).

Solamente como mujeres que viven su diseño de «ayuda idónea», podemos reflejar completamente la belleza de Cristo y Su evangelio al mundo (p. 19).

Toda mujer, independientemente de su condición social, es ayuda idónea (p. 21).

Un verdadero siervo no se adjudica el mérito, sino que reconoce que solo el Señor es digno de recibir la gloria, la honra y el poder (p. 44).

El don otorgado por el Señor debe ser usado en beneficio de la iglesia. No hay que menospreciar lo que Dios nos ha dado (p. 57).

Como mujeres que anhelamos servir a Dios, es importante que entendamos que en esto también debemos operar dentro de los límites establecidos por Él para nosotras (p. 84).

Podemos y debemos enseñar a una nueva generación, ya sea de hijos, nietos, o de mujeres que comienzan a caminar en la fe. ¡Y la verdad es que esa tarea es grande! (p. 91).

Acostumbrémonos a bajar la marcha, aquietarnos y sentarnos junto a Sus pies, y no buscar que las miradas de todos estén sobre nosotras, sino a buscar que Cristo sea quien brille (p. 102).

No podemos enseñar a otros si no somos fieles, porque estamos modelando el carácter de Dios con nuestras vidas, más que con nuestras palabras (p. 104).

No importa nuestra edad, si queremos servir, debemos primero ser ejemplo en palabra, conducta, amor, fe y pureza (p. 104).

Podemos agotarnos cuando ponemos la mirada en las actividades como un fin en sí mismo, y olvidamos que servimos a Dios y a las personas (p. 105).

La verdad es que somos simples instrumentos de Dios, y Él puede usar a cualquiera para hacer Su obra. No somos tan importantes como creemos (p. 106).

La forma en que nos conducimos dentro y fuera de las actividades de la iglesia debe modelar lo que enseñamos de manera clara y congruente a la Palabra (p. 142).

Las mujeres son esenciales para llevar a cabo la obra de la Gran Comisión (p. 151).

El servicio, la influencia y el liderazgo de las mujeres que genuinamente aman a Cristo son imprescindibles para el funcionamiento y el éxito de Su iglesia local (p. 163).

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