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El evangelio: Cómo la iglesia refleja la hermosura de Cristo, de Ray Ortlund, es uno de esos libros cortos pero profundos que recomiendo a todo cristiano.

Estas fueron algunas frases que captaron mi atención a medida que lo visité recientemente. Entre paréntesis se encuentran las posiciones en la edición en Kindle del libro.


Dios, mediante la vida perfecta, la muerte expiatoria, y la resurrección corporal de Jesucristo, rescata a todo su pueblo de la ira de Dios, para tener paz con él, con la promesa de una restauración completa de su orden creado para siempre; todo para la alabanza de la gloria de su gracia (144).

Por la gracia de Dios, la iglesia debe ser conocida simultáneamente por su pureza de doctrina y por la realidad de su comunidad (218).

La verdad sin gracia es dura y desagradable. La gracia sin verdad es sentimentalismo y cobardía. El Cristo que vive está lleno de gracia y verdad (Jn. 1:14). Por tanto, no podemos representarlo dentro de los límites de nuestras propias personalidades y trasfondos (236).

Ninguno de nosotros ha tenido jamás un solo pensamiento acerca de Dios que haya sido plenamente justo con la magnitud de quién es él realmente (260).

La cruz de Jesús muestra la más impresionante exhibición del odio de Dios hacia el pecado y, al mismo tiempo, la manifestación más augusta de su disposición a perdonarlo (394).

Lo más importante acerca de ti a los ojos de Dios no son las cosas malas o buenas que has hecho, sino tu confianza y apertura a Cristo versus tu confianza en ti mismo y tu actitud a la defensiva hacia Cristo (441).

Nosotros no arruinamos el plan de Dios; nosotros somos su plan, su plan eterno para amar a los que no lo merecen, para mostrar su gloria (543).

El Señor, habiéndonos reclamado para sí mismo, hace que su amor sea real, a medida que la palabra del evangelio nos lava domingo tras domingo (566).

El evangelio no es la historia de Cristo amando a una novia pura que le ama; es la historia del amor de Cristo por una prostituta que piensa que él no tiene nada que ofrecer y continúa entregándose a los demás (577).

La verdadera santidad no es aburrida, monótona o negativa. Esas son características de la religiosidad humana. La auténtica santidad que Cristo crea es hermosa. Y la santidad que él da redimirá toda cosa sucia que hayamos hecho o hayamos sufrido de los demás (610).

Una iglesia definida por el evangelio es una señal profética que apunta más allá de sí misma (644).

Somos pobres pecadores que podemos mirar más allá de las circunstancias presentes y disfrutar nuestro futuro por la fe ahora mismo (695).

La promesa del evangelio no consiste en que vayas al cielo para estar a solas con Jesús. La promesa es que todo el pueblo de Dios estará con él en una comunidad gloriosa para siempre (742).

¿De qué manera esta doctrina del evangelio conduce a una cultura del evangelio? Creando iglesias de radiante, resistente y fuerte esperanza. Creando iglesias que afrontan la vida tal y como es, y no son derrotadas (809).

Cuatro cosas que deberían caracterizar a una iglesia creada por el evangelio: la sana doctrina, respuestas honestas a preguntas honestas, una verdadera espiritualidad y la belleza de las relaciones humanas (842).

No hay nada parecido a la iglesia en el mundo actual; una nueva clase de comunidad creada por Dios que hace que el evangelio sea visible y convincente en un mundo que cree cualquier cosa menos este evangelio (878).

Cuando se pone en duda el evangelio, una iglesia hermosa en la que los miembros permanecen juntos es un argumento incontestable en nuestro mundo airado y dividido (894).

Como pilares y baluartes de la verdad, nuestras iglesias son el Plan A de Dios para la redención del mundo, y él no tiene ningún Plan B (1013).

No es suficiente que nos preguntemos, ¿enseña nuestra iglesia la doctrina del evangelio? También debemos preguntarnos, ¿está nuestra cultura de iglesia claramente alineada con esta doctrina del evangelio? (1206).

Si de manera notable fallamos en amarnos los unos a los otros, cuando deberíamos parecernos a Jesús, entonces el mundo tiene el derecho a concluir que no sabemos nada de él. Podrían estar equivocados. Podríamos ser verdaderamente cristianos. Pero el mundo acierta al considerar a los cristianos que no aman como no cristianos. El mismo Jesús les dio ese derecho [Juan 13:34-35] (1551).


Imagen: Lightstock.
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