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Nota del editor: 

Esta entrada de Hoy en la historia de la Iglesia es un extracto adaptado de la biografía breve, David Brainerd: Poder en la debilidad.

David Brainerd (1718-1747) dejó una huella indeleble en la historia de las misiones a pesar de vivir tan solo 29 años. Él sirvió como misionero a los nativos norteamericanos en medio de muchas dificultades, y aunque solo ministró por cuatro años, su testimonio ha inspirado a muchos misioneros luego de él.

Al igual que nosotros, hubo una época en la que Brainerd no conocía al Señor. Mientras era un joven que deseaba entrar al ministerio, entendió a la luz de la Palabra que había un problema en su vida: su corazón era legalista e hipócrita.

Como escribió en su diario en 1739:

“[He llegado a ver que] no había más virtud o bondad en mis oraciones que la que podría haber en chapotear agua con las manos… y esto es porque no eran realizadas desde ningún amor o consideración a Dios. Vi que había estado acumulando mis devociones delante de Dios, ayunos, rezos, etc, pretendiendo… que estaba apuntando a la gloria de Dios; mientras que yo nunca quise realmente eso, sino mi propia felicidad…”.

En aquel tiempo, la lucha se intensificó en él. Quería amar más a Dios y disfrutar la salvación, pero veía sus esfuerzos como legalistas y sentía al mismo tiempo una profunda convicción de pecado. Esto siguió hasta que Dios obró el milagro el 12 de julio de ese año:

“Mientras caminaba en una arboleda oscura y gruesa, la gloria indescriptible parecía abierta a la vista y aprehensión de mi alma. No me refiero a ningún brillo externo, porque no vi tal cosa; tampoco me refiero a la imaginación de un cuerpo de luz, en algún lugar del tercer cielo, o cualquier cosa de esa naturaleza; pero fue una nueva aprehensión interna o visión que tuve de Dios… Nunca había visto algo comparable a ella por excelencia y belleza; era muy diferente a todas las concepciones que alguna vez tuve de Dios… Mi alma se regocijó con alegría indescriptible, de ver a un Dios así, un ser Divino tan glorioso; y yo estaba internamente satisfecho de que él debería ser Dios sobre todo por los siglos de los siglos…

Así Dios, confío, me trajo a una disposición cordial para exaltarlo… En este tiempo, el camino de la salvación se abrió a mí con una sabiduría tan infinita, idoneidad, y excelencia, que me preguntaba si alguna vez debería pensar en cualquier otra forma de salvación; estaba sorprendido de que [yo] no hubiera dejado caer antes mi propios artilugios, y cumplido con este encantador, bendito y excelente [camino]. Si pudiera haber sido salvado por mis propios deberes, o de cualquier otra manera que yo hubiera ideado anteriormente, toda mi alma ahora lo habría rechazado. Me preguntaba ahora por qué todo el mundo no veía y cumplía con esta forma de salvación, totalmente por la justicia de Cristo”.

Este evento en la vida de David Brainerd nos recuerda lo que el apóstol Pablo enseñó: Que Dios es soberano para abrir nuestros ojos a la belleza de su gloria en la faz de Cristo y darnos salvación cuando antes estábamos ciegos (2 Cor. 4:3-6).

¿Estamos orando que el Señor siga deslumbrando a personas con su belleza y transformándolos en siervos que lleven el evangelio hasta lo último de la tierra?

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