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Tengo muchos motivos para agradecer al Señor, el mayor de ellos su salvación tan grande. Pero después, estoy segura de que mi familia es lo mejor que he recibido de Él. Hace ya un par de años, el Señor llamó a mi madre —Doña Nilda, como todos le decían— a su presencia. Ella fue maestra desde los 17 años. Su vocación era enseñar, sobre todo el enseñar valores. Fundó un colegio que dirigió por 40 años, y al momento de su encuentro con el Señor, a los 74, había guiado una gran cantidad de niños y jóvenes por el camino del Señor.

Aunque sé que es imposible hacer una lista de cada aprendizaje, aquí 10 cosas que aprendí de mi madre:

Mi madre me enseñó valores en cada momento junto a ella, y luego de su conversión, me mostró lo que era la vida Cristocéntrica; ella vivió desde ese momento para Jesús y su Palabra.

Aprendí de mi madre a tener fe, la fe que salva, la fe que sostiene, la fe que te hace decir:

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:38-39).

Aprendí de ella a tener misericordia, a tener compasión de los demás, a llorar con los que lloran. Mi hogar siempre era visitado por muchas personas en busca de su consejo o consuelo; tenía una gran sabiduría de lo alto.

Mi madre era justa, íntegra, amaba a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerzas, y a los demás como a ella misma. Me enseñó a amar al Señor y su Palabra, a leerla con devoción y reverencia y llevarla a otros. Así también lo hizo por tantos años con los alumnos del colegio de nuestra familia en el momento que ella llamaba el momento de “La reflexión”, un devocional matutino con todos los estudiantes.

Me mostró lo que significaba la tenacidad y persistencia: siempre luchaba por lo que quería y no se daba por vencida. Cuando quiero rendirme, cosa que me ocurre a veces porque no soy tan tenaz, pienso en ella y sé que debo seguir luchando.“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).

Me enseñó a tener prioridades claras y definidas. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”, Mateo 6:33. ¡Nada ni nadie puede ir primero que Dios!

Asimismo me enseñó que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch. 4:19).

También me enseñó cómo obedecer a los padres y estar bajo su autoridad. Recuerdo en mi adolescencia una tarde que una amiga me estaba visitando en mi casa. Planeamos ir al cine. Nos arreglamos y llamamos un taxi. Cuando mi madre nos vio listas para salir, preguntó: “¿Y dónde van ustedes?” -”Al cine”, le respondí. Ella nos preguntó: “¿Y a quién le pidieron permiso?” Respondí titubeando: “¡A nadie!”.    Su respuesta fue: “Ustedes IBAN para el cine, ¡aquí se pide permiso, no se informa!”. Cuando llegó el taxi, lo pagó y lo despachó. ¡Nunca más se me ocurrió hacer algo parecido! Ya se lo dije a mis hijos alguna vez que inventaron algo como eso… “Aquí se pide permiso, no se informa”.

Una noche de agosto del 2012 no se sintió bien, la llevamos al hospital sin saber que no regresaría con nosotros a la casa. Tenía un grave problema cardíaco y no lo sabíamos. Le hicieron una operación de bypass, pero no sobrevivió y partió con el Señor.

Los días previos a la operación, mientras estuvo interna, infudía ánimo a todo el que la visitara: su familia, amigos, alumnos, egresados, maestros, hermanos en la fe. Incluso fue necesario prohibir las visitas por la gran cantidad de personas que asistían a verla diariamente. Antes de la operación nos decía a todos: “¡Yo como quiera voy a estar bien, porque si despierto aquí, estaré feliz con ustedes, si despierto allá, estaré feliz con el Señor!”. Doña Nilda, mi madre querida, no solo me enseñó a vivir; también me enseñó a morir, confiada en nuestro Dios y Salvador.

A su funeral asistieron tantas personas, que algunos empleados de la funeraria comentaban si era alguien importante del gobierno que había muerto. Muchos decían al entrar allí: ¡Murió mi segunda madre!

Doy gracias al Señor por haberme dado el privilegio de haber tenido una madre ejemplar y tan especial, mujer de Dios, que me enseñó a amar al Señor y tener vida en Él.

Hace unos días, me encontré a una madre del colegio en la Iglesia a la cual asisto y me comentaba de nuevo: desde el día que vine al memorial de doña Nilda estoy asistiendo a esta iglesia, ¡ese memorial me impactó mucho! ¡Todavía después de su partida su legado sigue impactando vidas y llevando almas a Cristo! ¡La gloria sea para el Señor!

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