×

Este poema fue inspirado por una imagen que quedó en mi mente, mientras miraba un partido de fútbol inglés entre Liverpool y Everton. Casi al final, el defensa holandés del Liverpool, Virgil Van Dijk, golpeó de manera brusca a Amadou Onana, un jugador belga del Everton.

Onana se revolcaba de dolor y Van Dijk permaneció a su lado, como consciente de lo que había hecho. Quería demostrar que reconocía su error y al quedarse cerca trataba de empatizar con él. Parecía arrepentido o al menos aguijoneado por su consciencia.


Que haya ignorado
la dignidad de Tu persona,
no minimiza un ápice
el agravio ni la ofensa.

Explicarlo o razonarlo
bordearía la estupidez.
Sería ingenuo justificarlo
y atrevido minimizarlo.

Permanezco cerca de ti,
cae el rostro de vergüenza.
Tengo el corazón abatido.
La conciencia, toneladas pesa.

El delito es cósmico,
el crimen inmensurable.
La pena debe ser infinita,
la condena interminable.

Hoy tengo vergüenza,
porque te ofendí.
Hoy me siento indigno,
(vil, pobre y miserable)
Y está bien que sea así.


Recuerda esta promesa:

Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, a Jesucristo el Justo. Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Y en esto sabemos que lo hemos llegado a conocer: si guardamos Sus mandamientos (1 Jn 2:1-3).

CARGAR MÁS
Cargando